Escalones

Mi brillante futuro llama al telefonillo. Una, dos, tres veces. Seguridad e insistencia, ella no deja nada al azar. Yo  tampoco así que tardo en descolgar el cacharro cuatro, ocho, doce segundos. «Ya estamos aquí los dos, cariño, no tardes» me dice melosa. Contesto con un solícito «Enseguida bajo, aunque recuerda que es un décimo». ¿Por qué justo antes de colgar tengo que oír toser a mi futuro suegro de esa manera, qué me quiere insinuar? Una repentina ola de calor me aprieta la garganta.

Cuando el ascensor abre la puerta el espejo del fondo me devuelve la imagen de mis zapatos nuevos, mi pantalón Mcgregor, la camisa Ralph Lauren, la chaqueta Lacoste, el pelo engominado. Yo, Jorge García, soy un triunfador. ¿Cuántos hubieran apostado por ello en el colegio, en el instituto, incluso en la universidad? ¿Cuántos no se pudren de envidia porque me trajino a la hija de Wiedermann? Dar por culo al gran jefe será mi mayor placer. Me deleito tanto ante la idea que la puerta se me cierra sin que yo mueva un músculo. En lugar de apretar el botón para volver a abrirla, comienzo a bajar por las escaleras. «Que esperen un poco más», me digo a mí mismo mientras por un momento me cuesta tragar saliva.

Hasta el octavo no desciendo de mi nube y si lo hago es porque he tropezado con un escalón. Casi me abro la crisma. Al recolocarme el peinado los gemelos del puño de la camisa me parecen un exceso. Primero van al bolsillo pero cuando recuerdo el comentario de ella, «a mi padre le gustarán», los saco y los dejo caer. Resuenan contra las escaleras varias veces. Un cosquilleo me recorre todo el cuerpo.

Ese cosquilleo, esa saliva atragantada, una temperatura anormal en mi cuerpo, me acompañan hasta el quinto. La sonrisa también. La ventana de la entreplanta me deja ver en el patio de luces cómo tiende la ropa en el otro portal la madre de María. Qué habrá sido de ella, creo que se marchó a Londres, o a Berlín, era un torbellino en la cama y en la vida. Empiezo a sentir que el calor se hace excesivo y el cuello de la camisa me aprieta lo indecible. En la cuarta planta tengo que quitarme la chaqueta. Al carajo, la tiro al suelo mientras pienso que voy demasiado vestido.

El vecino del sexto con sus ochenta años se cruza conmigo en el tercero. Va con bolsas del Ahorramás, nunca sube en ascensor y rechaza mi ayuda con la amabilidad de otras veces. Sospecho que conoce que soy un caradura. Si un día me dijera que sí, que le suba la compra, maldita la gracia que me haría. Tras echarme a un lado para dejarle paso le observo, su calma, su fuerza de voluntad, no se detiene ni una sola vez para tomar resuello. El contraste con él me paraliza por unos segundos. Hago una cuenta atrás «Tres, dos, uno» y consigo moverme.

Mi novia es preciosa y por dentro es mucho más bonita que yo sin ninguna duda. Por si fuera poco está todo lo demás y lo único que me ha pedido es un poco de decoro para no asustar a su familia. Es lógico… Lo que no es lógico es que en la segunda planta pierda la camisa y en la primera me siente con parsimonia a quitarme los pantalones. Antes me descalzo para hacerlo más fácil pero luego me pongo de nuevo los zapatos.

«¿Tendré cojones?» De entre todo el torbellino de preguntas que me pasan por la cabeza esta es la única que me formulo en alto. A pesar de conservar solo mis bóxer Calvin Klein y mis zapatos relucientes, el calor sigue conmigo, no consigo desprenderme de él, me agobia. Estoy sudando y noto cómo la gomina se derrite y el pelo se me revuelve.

El espejo del portal que yo rompí hace tres años después de aquella gran noche y, que la comunidad de vecinos aún no ha cambiado por falta de presupuesto, me devuelve fragmentada mi imagen casi desnuda y por entero ridícula. Suspiro una, dos veces. Me digo, «Hay que llegar por una vez hasta el fondo, cueste lo que cueste y signifique lo que signifique». Y mientras me quito los calzoncillos, y mientras veo dibujarse detrás de la puerta del portal la cara de horror de la que ha sido mi novia, y la cara de asesino del que iba a ser mi suegro, me pregunto si hoy empieza todo o si hoy se acabó todo. Me concedo un segundo. Voy hacia ellos.


Publicado originalmente en dekrakensysirenas.com, @krakensysirenas, el 31.12.15

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