«La Biblia de neón», John Kennedy Toole

¿Qué mejor autor que J.K. Toole para empezar esta nueva sección en el blog, que será de crítica literaria y que por supuesto haré a mi manera?

Recordar es un privilegio que parece estar siempre al alcance de la mano, sin embargo, es un lugar común al que la Medicina y la Historia han puesto en su sitio; se puede olvidar y lo hacemos mucho más de la cuenta, tanto por enfermedad física como moral. Así que supongo que mientras pueda recordar no debo sentir precisamente culpa.

Para recordar sin engañarme demasiado me sirvo de mis herramientas y una de las más queridas es la de mi cuaderno donde reflejo todos los libros que he leído leyendo a lo largo de mi vida. Sin, duda, uno de mis mayores tesoros. Pues bien, a él acabo de recurrir para consultar cuando leí “La conjura de los necios”, ese libro que me marcó tanto, ese que fue de los primeros, ese que en su introducción ya me puso en sobreaviso sobre lo trágica que puede ser la ironía. Ese que leí en la posición once, justo después de “El Congo” de Michael Crichton y antes de “Robinson Crusoe” de Dafoe. No me parece una enumeración baladí y los tres dicen mucho de mi literatura, pero no vine a hablar de mí, al menos no especialmente.

Vine a hablar de J.K. Toole, de quien se pueden hacer muchas biografías, la mía dice así:

Con quince años escribió “La Biblia de neón”, una novela lograda que muchos firmaríamos con varios sacos de años más. El tono del narrador y protagonista es adecuado, cargado de la inocencia que le da la edad, y con la que se enfrenta a la fealdad de su mundo carcomido en buena medida por la estupidez del fanatismo religioso donde crece (vaya, apenas nihil novum sole), en su pueblo de la América profunda. Personajes que evolucionan, prosa sobria alejada del alambique propio de la juventud, final inesperado pero coherente… una buena novela sin duda.

Con treinta, año arriba año abajo, termina “La conjura de los necios”, ese clásico del siglo XX que tantos conocemos y que a tantos nos ha hecho reír y quedarnos con la boca abierta. Por cierto, nada que ver una novela con otra.

A los treinta y uno, se encarga de meter un tubo que conecta su tubo de escape a la parte delantera del coche. Así se suicida. No ha visto publicada ninguna de sus obras. De esa tarea se encargará su madre.

La vida es extraña, y entre tanto se perdió a un gran escritor.

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