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Dice Julian Barnes que vivimos conforme al recuerdo y no a la verdad. La frase es pura lucidez que no debería necesitar más explicación, pero tangencialmente la usaré para unirla a esa otra idea que tan bien canta Sabina: al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver. Y sin embargo, ese «no debieras» implica que si existe la posibilidad, la mayoría de las veces y la mayoría de nosotros, volveríamos.

Y es lógico, sabemos de la alta posibilidad del desastre pero nos abrazamos a la ínfima posibilidad, no ya del éxito con el que no nos engañamos a partir de cierta madurez, sino de recuperar al menos sensaciones sobre un tiempo que nos hizo felices, que nos colmó. Con el paso del tiempo uno se va dando cuenta que la felicidad ya no queda tan al alcance de la mano, ni siquiera de la imaginación más notable. Uno vuelve sobre sus mejores pasos: nostalgia, melancolía, la nieve resistiendo al desierto, llámalo como quieras.

La pérdida de la inocencia, eso es crecer como tan acertada y dolorosamente se sabe. Y es una de esas cosas que se sabe porque se experimenta en la piel, en el corazón y en la cabeza. Así que, si después de una travesía dura podemos volver a rondar nuestros mejores recuerdos, quién necesita y a quién le importa la verdad. El problema es que ni siquiera en esa calma somos capaces de permanecer mucho tiempo. Y sí, al final la verdad importa lo suficiente como para arrojarnos de la calma más nimia que hayamos conquistado. El cuerpo y su manía de lanzarse al mar proceloso.

Resultado de imagen de la gran ola

8 comentarios en “79

  1. Testaruros hasta el infinito, y aquí un ejemplo, revolcándome constantemente con ese pasado feliz, que si lo pienso bien, no sé si fué tan feliz (no me habría hecho sufrir si hubiera sido feliz, no?.
    Maravillosas palabras!
    Saludos!

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