Me gusta decir que el karma no es ninguna balanza, que el mundo está lleno de hijos de puta a los que les va de maravilla. Por supuesto, entiendo el deseo de que exista esa especie de regulador extrahumano, de justicia más o menos poética, de sentido por encima de este cruel sinsentido que nos abate día sí y día también. Y, faltaría más, a veces ocurre, como ocurre casi todo. Pero oye, que de vez en cuando ocurra, no significa que debamos levantarle una religión, que debamos cruzarnos de brazos a la espera de que esa peculiar energía actúe, sino más bien, que podemos constatar una casualidad. A veces feliz, a menudo ni siquiera.
Estoy pensando en la política y en los políticos. ¿Cuántos tipos responsables desde sus poltronas, de asesinatos a inocentes, de guerras siempre injustas, de masacres inmisericordes, no han muerto en la cama y con la conciencia tranquila? Y, ¿cuántos de los que siguen vivos, sientan cátedra casi a diario?
Todavía seré más concreto, porque estoy pensando en Gaza, porque estoy pensando en Felipe González y en Aznar. Ambos tienen un historial como para taparse un poco las vergüenzas, pero no, ambos hacen gala una y otra vez de su opinión, de su sapiencia, de los altavoces que se les tienden por los motivos más diversos.
El (ex)socialista se pregunta ante su auditorio de turno, “Si Hamás de verdad no quiere que maten a niños y mujeres, ¿por qué no sueltan a los rehenes israelíes”, y supongo que se queda tan a gusto. Y uno puede tener la tentación de pensar, oye, pues no le falta razón, aunque claro, en seguida comienzan a llegar preguntas y argumentos y toda una historia de datos que demuestran su posicionamiento vergonzante. No incidiré en el largo conflicto, en la excusa perfecta que ha encontrado Netanyahu con el 7-O, o, en que hay bastantes indicios de que permitió que pasara. No, tan solo voy a jugar a la estúpida y falaz retórica del ex tantas cosas, y es que, ¿si el Estado de Israel quiere salvar a sus ciudadanos secuestrados, por qué no para el genocidio que está cometiendo?
En cuanto a Aznar, eleva la apuesta hasta la absurda náusea, cuánto más grandilocuente, mejor, debe pensar, y suelta que “si Israel pierde lo que está haciendo, Occidente se pondría al borde de una derrota total”. Lo que Israel está haciendo, lo sabe usted muy bien, es un genocidio, y usted lo justifica en esa charla cuando aconseja al gobierno de España que haga un “análisis estratégico de lo que le conviene al país”. Cualquiera diría que está justificándose así mismo, que en su momento hizo ese análisis estratégico y decidió que a España le interesaba meterse en una guerra e invocar (inventarse cabe aquí muy bien) unas armas de destrucción masiva que deberían perseguirle de por vida. Sin embargo, NO.
Y vuelvo aquí al principio, pensar que Felipe González tenga el más mínimo cargo de conciencia por, digamos, el GAL, o Aznar por sus decisiones en Irak y las consecuencias que acarrearon, es una quimera. La conciencia, frente a lo que se suele pensar, es capaz de triturar cualquier obstáculo ético. Al menos en algunas personas, y, está demostrado que en muchísimos políticos. Si el karma existiera, estos dos tipos no solo tendrían el rechazo de buena parte de la sociedad, que lo tienen, sino de la sociedad entera. Que no se les haya juzgado ni haya visos de que vaya a ocurrir, es un problema en realidad que va más allá, es un problema de justicia a secas. Y que se paseen en foros y platós de televisión es en definitiva una constatación más de lo mucho inmundo que hay.
En fin, que no creo en el karma, que quiero creer en la justicia, pero que los hechos resultan muy contrarios a mis deseos.
