Todo buen libro es infinito en tanto que al releerle nunca te regala lo mismo. Siempre te muestra tesoros nuevos. Si tenemos en cuenta eso y que la narración que traigo hoy es una obra maestra, pues ya podéis imaginaros el valor incalculable de sus líneas.
Es curioso (leer siempre lo es, entre otras muchas cosas) que “Bartleby” me la recomendara hace unos cinco años una de las personas con más criterio que he conocido nunca, y que sin embargo al leerlo algo no saliera bien, pues el poso que me dejó por entonces no fue palpable y el copista más famoso de la literatura me decepcionó.
En mi defensa diré que siempre reconocí que el problema era mío y no de la obra, y que siempre estoy dispuesto a corregir errores si de libros se trata. El caso es que después de toparme con una estupenda edición ilustrada en mi librería favorita de Madrid, la Librería Méndez, pegada a Sol, decidí darle (darme) otra oportunidad. Y sí, he podido corroborar feliz que el problema era solo mío. Ha sido a la segunda cuando el cofre se ha abierto para mí con todos sus tesoros. Por suerte, me digo, preferí hacerlo y elegí leer. Es la ventaja de tener claro que siempre es mejor leer que no hacerlo.
Borges apunta que “Bartleby”, escrito a mediados del siglo XIX, prefigura a Kafka, y es imposible no estar de acuerdo con el maestro argentino. El famoso preferiría no hacerlo del copista es la rebelión contra el sentido que suponemos de las cosas, rompe el orden establecido y nos aboca a una situación kafkiana antes de que llegara Kafka. Al fin y al cabo, Kafka siempre ha estado entre nosotros.
Mientras leía el relato me preguntaba qué pasaría si a ciertos momentos importantes de la vida le aplicáramos la frase del copista. ¿Os imagináis? Qué rebelión tan radical y deliciosa. Debe usted firmar su despido. Y soltar, preferiría no hacerlo. Y no hacerlo porque Bartleby es consecuente hasta la médula con su preferencia. Debe usted ejecutar esa orden de desahucio. Y decir, preferiría no hacerlo. Y no hacerlo. Debe usted ir a la guerra. Y sí: preferiría no hacerlo. Y que vayan los que la provocan, joder. Una pena que un absurdo así resulte tan poco plausible, porque por desgracia, al otro lado nunca estará un abogado tan comprensivo como el narrador de esta historia, que definitivamente os recomiendo leer si no lo habéis hecho, y releer a poco que tengáis un par de ratos libres, pues se trata de una de esas maravillas literarias breves, pero al tiempo inagotables.