Blasfemia B(l)oom

 

A Harold B., y a los gatos.

 

Como cada mañana Ivan K. llegaba puntual al Instituto con su libro fetiche bajo el brazo, dispuesto a impartir Historia de la Literatura a sus alumnos de secundaria. A las ocho en punto todos los estudiantes de su primera clase ya se encontraban sentados, habían apagado los móviles, las tablets, y habían desconectado las gafas inteligentes de última generación. Aguardaban impacientes el inicio de la clase con su emérito profesor, quien además era su profesor favorito.

Ivan K. dejó El canon occidental en el lugar de la mesa donde siempre lo hacía, junto al pequeño ordenador, e incitó a los alumnos para que pronunciaran la cita habitual.

−Los que van a leer –dijeron todos en coro−, te respetan.

Tras el saludo, el profesor preguntó a quién le correspondía su derecho al fragmento con el que comenzar la clase, y un alumno, bajo, rechoncho, con el pelo castaño, se puso de pie con alegría y dijo que le tocaba a él.

−Y bien Sancho, ¿con qué nos vas sorprender esta vez?

−Elegí un fragmento de En el camino, de Kerouac –Sancho leyó:

«−Y naturalmente ahora nadie puede decirnos que Dios no existe. Hemos pasado por todo. Sal, ¿te acuerdas de cuando vine a Nueva York por primera vez y quería que Chad King me enseñara cosas de Nietzsche? ¿Te acuerdas de cuánto tiempo hace? Todo es maravilloso, Dios existe, conocemos el tiempo. Todo ha sido mal formulado de los griegos para acá. No se consigue nada con la geometría y los sistemas de pensamiento geométricos. ¡Todo se reduce a esto!. –Hizo un corte de mangas; el coche seguía marchando en línea recta−. Y no sólo eso sino que ambos comprendemos que yo no tengo tiempo para explicar por qué sé y tú sabes que Dios existe».

Iván K. se revolvió un segundo, apoyado sobre la mesa.

−Me gusta tu elección Sancho –el profesor se quitó sus viejas gafas de gruesas lentes, se frotó sus ojos pequeños, se masajeó las ojeras− pero, ¿querrías decirnos por qué esas líneas?

−Por supuesto maestro. Lo hice porque destilan mucha ironía para los tiempos que vivimos, y ya sabe cómo apreciamos en esta clase la ironía.

El profesor se quedó callado y por un momento su rostro dibujó un gesto de desconcierto, incluso miró con desconfianza hacia Sancho. Todo fue muy rápido y descartó la mala fe en uno de sus mejores alumnos, aunque fuese porque no podía saber lo que no debía saber. Iván borró su fugaz gesto de embarazo.

−Bien, continuemos. Supongo que todos realizaríais la tarea que os encomendé para casa, dejad el trabajo sobre el flujo de conciencia en El Ulises, encima del pupitre, que en breve lo recogeré.

−Maestro… −Una alumna con dos coletas, pecosa, bonita, se levantó de su silla.

−¿Sí? Beatriz.

−Lo siento mucho pero yo no pude acabar, no tuve tiempo…

−¿De nuevo La Divina Comedia tuvo la culpa?

−Sí, maestro, ya sabe, Dante… −Beatriz hablaba al cuello de su camisa, su cara colorada, las manos a la espalda, balanceaba su pie izquierdo con picardía. Al profesor le resultaba encantadora.

−Está bien Beatriz, tienes hasta mañana, pero haz el favor de replantearte tu identificación, el cielo dantiano donde acabarás no es muy divertido, y renegarías pronto de él. Siéntate anda.

Beatriz le hizo caso. El profesor se sentó también, encendió su ordenador personal, le dijo una frase, y el aparato la proyectó holográficamente en la pizarra: Veintitrés de abril del dos mil veinticuatro.

−Antes de continuar donde lo dejamos ayer, quisiera que alguno de vosotros nos recordarais a los demás qué aniversario se cumple hoy.

Todos los alumnos levantaron la mano. Iván K. obvió el pupitre vacío que se encontraba al fondo de la clase. Finalmente preguntó a un niño de manos grandes, estrábico, feo. Se llamaba Juan Pablo S. y contestó con aplomo y orgullo.

−Hoy, veintitrés de abril del año dos mil veinticuatro, conmemoramos el día de la Literatura, pero en especial, los episodios que cada década desde hace cuatro, se han venido sucediendo. Así, se cumplen cuarenta años desde que la ONU alertada por la novela 1984 de Orwell, decidió reunirse y comenzar a cambiar la Historia, por una vez para bien.

«Un día como hoy de hace cuatro décadas, los países se dieron cuenta que el mundo distópico que presagiara el escritor británico allá en 1949, fecha real de la publicación de la novela, se hacía realidad a cada paso, y las Naciones Unidas decidieron llevar a cabo una Asamblea de Urgencia donde se tomaron una serie de resoluciones con verdadera voluntad política, que dieron comienzo a la Edad Literaria. Aunque claro, por entonces no se sabía que acabaríamos en ella.

«Las consecuencias más inmediatas fueron el acuerdo por el desarme nuclear de las dos grandes potencias, así como la disolución de la llamada Guerra Fría. Diez años más tarde, en 1994, vería la luz El canon occidental, la obra guía que adoptaría la ONU para desarrollar un nuevo y avanzado sistema educativo basado en la centralidad de la literatura, y que fue implantado en todos los países por unanimidad a partir del año 2004, tras limarse ciertas problemáticas religiosas y culturales que se habían venido arrastrando hasta ese momento.

«Finalmente, también el veintitrés de abril, pero del año dos mil catorce, las Naciones Unidas, en una Resolución imposible siquiera de soñar unas décadas atrás, decidió que la literatura quedara por encima de los intereses políticos, de la ciencia, y de la economía, como el mejor de los modos para garantizar la justicia, y la libertad de los pueblos.

«Así que hoy, maestro, como todas y todos sabemos y agradecemos, cumplimos diez años desde esa Resolución de la ONU. Y cuarenta desde que se comenzara la última de las revoluciones que nos ha legado este mundo de literatura, paz, y prosperidad.

«Para acabar quisiera recordar lo que usted escribiera en uno de sus discursos más recordados, cuando nos legó que: “en el Hágase la luz bíblico, luz y palabra van de la mano, y hasta que no fuimos conscientes de modo explícito de que su unión por medio de la literatura era el mejor de los modos para sacar lo mejor de una y de otra, pero también para hallar lo mejor de las sombras y del silencio, no empezamos a cambiar esencialmente nuestras vidas”. Y hoy, por suerte, ya somos todos plenamente conscientes de lo que la literatura es capaz de hacer por nosotros.

El alumno se sentó con un gesto teatral, la clase rompió a aplaudir, e Iván K. se quedó desconcertado y con la mirada clavada en el pupitre del fondo. Esta vez no pudo escapar de esa pequeña mesa y de esa silla vacía, donde vislumbró la imagen del alumno Miguel C., llamándole «falso», «traidor», «hacedor de pedantes». El profesor logró romper el desagradable hechizo justo cuando acabaron los aplausos:

−Vaya, muchas gracias Juan Pablo, si hubiera sabido que ibas a incluirme en el panegírico de nuestro aniversario… Por esta vez te salvas de que te acuse de pelota, pero que no se repita.

Los alumnos rieron. Todo parecía sincero pero a Iván le sonó forzado y cercano a la arcada. Se volvió a quitar las gafas y se frotó de nuevo los ojos. Controló sus emociones.

−Bien, continuemos donde lo dejamos el último día. Vayamos con la angustia de la influencia que ejerció Tolstoi en la piel de Dostoievski…

Durante el tiempo que restó de clase, los alumnos demostraron agudeza, entusiasmo. Pero lo que a Iván K. le satisfacía antes, a esas alturas le causaba desazón y desasosiego. El timbre llegó en su ayuda como no lo hizo el dinero con Raskolnikov antes de su crimen. Los alumnos despidieron a su profesor. Y a la espera de la siguiente materia, Los Números en la Literatura, la mayoría consultó su móvil, intercambió archivos multimedia, o aprovechó esos pocos minutos para leer.

Cuando Iván K. salía de la clase con su inseparable Canon en las manos para ir a su siguiente curso, se detuvo ante el pupitre que le martirizaba, y visionó cómo su alumno más brillante desde que había decidido dejar la enseñanza en la Universidad para impartir clases de secundaria (al considerar a esta enseñanza el escalafón más importante de su rutilante carrera de crítico literario y activista político), le entregaba una carta el mismo día que comunicaban a ese alumno, a Miguel C., su expulsión definitiva después de sus reiterados y sonoros escándalos subversivos. La escena fantasmagórica apenas duró un segundo de tiempo real. Y solo él una vez más, fue consciente de su angustia.

Cinco horas más tarde acababan las clases, y desde los altavoces del centro escolar así lo anunciaban con su característico: “Los que vais a entrar, perded toda esperanza… Ah no, que de aquí sí se sale”. Pocos minutos se necesitaban entonces para que alumnos y profesores abandonaran en desbandada feliz, el instituto. Iván K. no fue una excepción, pero lo hizo tal como había llegado, sin felicidad alguna.

Decidió caminar hasta su casa en lugar de tomar como tenía por costumbre el transporte público tubular, que resultaba cómodo y rápido. No le apetecía pensar, pero necesitaba hacerlo, y caminar siempre le había inspirado.

Llegó a su barrio sin haber sacado nada en claro salvo que tenía la nevera vacía, por lo que entró a su carnicería habitual a comprar la cena. Ya que no podía calmar la angustia que le estrujaba el estómago, al menos calmaría el hambre. Dentro del establecimiento dos señoras, las únicas clientas, discutían acaloradamente.

−Que no, que no, y que no –dijo una mujer de unos sesenta años a otra de unos treinta−, no puedo aceptar que digas que Virginia Woolf era antes que esteta, feminista. Tú puedes citarme Una habitación propia, pero yo recurriré a La señora Dalloway

La señora mayor se expresaba con ardor, la joven parecía dispuesta para el contraataque en cuanto viera la menor oportunidad. El carnicero intervino con intención de poner paz.

−Un momento señoras, miren quién acaba de entrar, nuestro ilustre Profesor, seguro que él puede inclinar la balanza.

−Javier M. no me vengas con estas –la mujer joven al reconocer al famoso crítico le miró con descaro libidinoso, la mujer mayor no le fue a la zaga; por suerte para Iván, era incapaz de ruborizarse−. Señoras, no me pongan entre la espada y la pared, porque la pared siempre me aplasta y la espada siempre me atraviesa. Ambas tienen razón, qué más da que haya un pequeño porcentaje mayor de esteta que de feminista, o viceversa, o por qué no considerar que gracias a lo primero, alcance lo segundo, o de nuevo viceversa. Mientras se trate de preferencias en sus juicios, y no de sacrificios, todo está bien.

Las dos mujeres aceptaron las palabras del profesor, firmaron la paz, y le dieron sus números de teléfono, pues sabían que el crítico se había separado hacía dos años de la que fuera su mujer, la reputada crítica, y fracasada escritora, Salomé L.

−Me apasiona hablar –le dijo la mujer joven mientras le escribía su teléfono en una postal poema− sobre los años de lucha literaria histórica, en los que usted, a pesar de tener tan solo cuarenta años, ¿verdad?, ha sido pieza clave.

−Mi sobrina –le dijo la mujer mayor con total desparpajo mientras anotaba dos  números en una servilleta con aforismos impresos− siempre me dice que su miopía, y esa barriguita, y las entradas que tiene a lo Borges, le hacen irresistible. Luego me confiesa colorada que ella es, lo que usted necesita para recuperar la sonrisa. Entonces yo le digo que se equivoca, que yo le vendría mejor. Con estos teléfonos podrá elegir.

Iván K. compró cuarto y mitad de pollo. Mientras el carnicero preparaba el pedido, las clientas, que no tenían prisa por marcharse, eligieron hablar sobre el Sturm und Drang, y la figura de Goethe. El crítico declinó con amabilidad participar, alegó tener prisa, se guardó en su libro los números que le habían pasado, y se marchó.

El corto trayecto a su apartamento fue doloroso. Ya tenía suficiente con pensar en lo que le dijera y le escribiera su ex alumno Miguel C., como para que también le hubiesen levantado las costras de su ex mujer. Además alcanzó la certeza tras la carnicería, de que si miraba supurar las heridas, lo que iba a encontrar era el mismo dolor: la pérdida de la fe. «Y qué más triste para un profeta –se dijo frente a la puerta de su portal con una sonrisa que se reflejó en el cristal−, que haber perdido la fe».

Ya dentro del portal, Iván K. se dirigió al ascensor. Mientras esperaba, el conserje y el administrador discutían dentro de la cabina del primero, sin haberse percatado de la presencia del crítico, al respecto de una vieja polémica muy debatida desde hacía años.

−Puede que no te falte razón –dijo el primero al segundo−, puede que sólo haya pose en el hecho de seguir acentuando «sólo» de «solamente», puede que haya que hacer caso a los académicos y cargarse esa tilde, pero…

El ascensor llegó y a Iván le interesó poco el resultado de la discusión. Al abrir la puerta de su apartamento, su gato le miró con languidez por un segundo para regresar al siguiente a la indiferencia. Dormitaba encima de los últimos libros que el crítico arrojara al suelo. Había muchos más ejemplares en el parquet que colocados sobre las estanterías.

Los libros de filosofía habían sido los segundos en caer, siguió la historia y la antropología. La novela tardó en derrumbarse, «cómo pensar que Cortázar, Shakespeare, Vila-Matas… –se decía a menudo y desde unos meses a esta parte, con lágrimas en los ojos− no bastarían para sanarme, y lo que es peor, que serían el virus de mi enfermedad». Resistía la poesía; la primeros libros que empezaron a besar el suelo eran los últimos en caer porque los mejores poetas resistían. ¿Por cuánto tiempo?

Dejó las llaves en la cerradura, la compra en la cocina. Esquivó libros y al gato para llegar a su sillón, en la mesita de centro dejó El canon. Se dejó caer.

−Mi Dorado en ruinas –dijo repantigándose en el sofá mientras echaba una mirada a su apartamento−. Aquí he leído tanto,  amé tanto a Salomé, escribí tan lleno de esperanza, alcancé tantas victorias, ayudé a cambiar la Historia para que tomara un rumbo que nadie en su sano juicio habría siquiera concebido…

El gato le miró molesto por perturbar su sueño con aquellas palabras. Iván K. no se amedrentó como otras veces, y continuó:

−… Una Historia buena que sin embargo se me ha venido abajo de un día para otro, sin una explicación que pueda comprender… o que quiera comprender.

Se reincorporó en el sofá, se quedó mirando a la mesita de centro plagada de papeles y libros, se estiró hasta El canon occidental. Tras mirarlo por un momento, lo abrió. Sus hojas estaban en blanco.

Se trataba del último regalo que le hiciera Salomé antes de marcharse, solo en la primera página había algo escrito con boli. En ella, Iván K. leyó lo que solía leer al menos diez veces al día:

“Desde que la literatura a través de su canon lo es todo, el resto somos un chiste mal contado. No hay posibilidad de subversión. Prefiero la lucha al éxito. A nosotros se nos ha privado de esa lucha, y por eso necesito marcharme allá donde pueda encontrarla”.

El gato bufó harto de que perturbaran su sueño. Iván K. dejó que las páginas en blanco del libro corrieran entre sus dedos. Por la mitad, un sobre hizo su aparición. Lo abrió sin dificultad, dentro se encontraba la carta que le legara Miguel C. el día que fue expulsado. La leyó por enésima vez:

“La literatura ha muerto. Ella lo sabía y por eso le abandonó a usted. Yo lo sé y por eso se me expulsa. Usted lo sabe… y antes o después tendrá que afrontarlo”.

−La literatura ha muerto –dijo Iván K. maquinalmente; el gato y él cruzaron sus miradas; el crítico ignoró al animal y siguió hablando.

«Sus virtudes perdieron sus sentidos cuando se convirtió en nuestro faro absoluto. Ahora que todo es literatura, ya nada lo es. Y yo, que tanto hice por lograr esto, he sido por tanto uno de sus asesinos. El cadáver pronto comenzará a oler, y entonces el muerto hará lo posible por seguir ocupando su puesto… Es verdad, mi alumno y su expulsión han sido el ejemplo de lo que se avecina.

El gato bostezó, cansado y harto de escuchar. Iván calló. Ambos se durmieron al poco, uno sobre los libros, el otro en el sofá.

Esa noche Iván K. por fin logró descansar y dormir bien tras muchos días sin hacerlo. Soñó con el silencio. Despertó tarde. No llegaría puntual a su primera clase, y le importó poco. Desayunó con una media sonrisa, barruntaba su revolución. Bajo la ducha terminó de forjar la idea. Se vistió, echó al gato del apartamento entre maullidos, rebuscó por el suelo y encontró a Nietzsche. Le colocó en la estantería, por la tarde el resto recuperarían su lugar. Tenía mucho trabajo por delante, después de haber centralizado la literatura, asumía el reto de descentralizarla. Atacar el canon sería el modo de devolver a la vida aquello que había muerto. Se marchó al instituto.

En el portal Iván K. se cruzó con el portero, este le preguntó.

−Profesor, ¿cuál de los siete volúmenes de El tiempo perdido es el imprescindible?

−El octavo –contestó con seguridad y una sonrisa Iván K.− El que no escribió Proust, el que debemos escribir nosotros para recobrar nuestro tiempo.

DOMINGOS: del placer, el amor, la lealtad, y el camino.

−Señor agente, soy un saco de errores pero le aseguro que este no lo he cometido…

−Me alegro por usted, pero haga el favor de soplar, no tengo todo el día.

−Su incredulidad me hiere, su frialdad me apena… ¿cómo podría convencerle de que no miento, de que…

−Sople y convénzame, no me haga perder más tiempo… ni la paciencia.

Y solo forcé un poco más la tolerancia del guardia civil, y luego soplé, y di 0,0, y pude continuar hasta mi destino en la Sierra.

Era domingo. Apenas había salido el Sol ¿Me había vuelto loco?

Llegué al aparcamiento de la Barranca. Ya había gente con mochilas, ropa térmica, bastones… Por supuesto yo no tenía nada de eso.

Tras vencer unos segundos de tentación para regresar a casa, me crucé con un gato negro en el mismo parking,

−¿Qué hace un tipo como tú, en un lugar como este? −Me preguntó el felino desde sus ojos verdes.

Y por supuesto le contesté a pesar de ciertas miradas que se clavaron en mí:

−El problema de tener amigos, es que a veces les escuchas. Y cuando uno de ellos me contó por quinta vez que el senderismo se acerca a la metáfora de la vida, porque cuesta pero compensa, le dije que sí, que me había convencido, y que lo probaría en mi siguiente crisis existencial.

El gato se esfumó, me callé, y dejé de parecer un lunático. Quienes estaban alrededor se quedaron sin saber que la promesa la había hecho un jueves, la crisis llegó el sábado, y que era en ese domingo cuando probaba la dichosa metáfora por cumplir con mi estúpida palabra.

Busqué el cartel que daba inicio a la ruta y me arrebujé en mi chaqueta de cuero negro.

Pronto llegué a un embalse enmarcado en pinos que sin saber bien por qué, me recordó a Neruda y sus versos:

«Podrán cortar todas las flores,/ pero no podrán detener la primavera».

Era otoño y no encontré ninguna flor.

Tenía frío y comencé a caminar deprisa. La pista me llevó por el margen izquierdo del río y tras adelantar a varias personas, reduje el paso cuando divisé los culos de dos chicas. En unos pocos segundos mi imaginación, puesta al servicio del placer, dio para mucho gracias a la combinación de rubia y morena que caminaban a escasos tres metros de mí.

Al ritmo del bamboleo armonioso de sus traseros, desvarié con varios conceptos freudianos, me fustigué de machista sin remedio y, me empalmé. Todo en apenas dos minutos, todo, antes de que la rubia se diera la vuelta y me mirara por unos segundos. Luego se giró brusca, juraría que molesta, le dio la mano a la morena, y aceleraron el paso hasta que me perdieron de vista.

La escena no sirvió para calmar mi instinto ni mis reflexiones rijosas, pero seguir la ruta, los pinos, el cantar de los pájaros, y el viento que se levantó y me dejó helado la zona sensible, sí que ayudó.

Durante treinta minutos de camino le encontré la gracia al paraje natural hasta el punto de volverme romántico cual Caspar Friedrich con su, “Caminante sobre el mar de nubes”, y me imaginé solitario por las montañas bastón al hombro hasta que, me encontré primero con restos de basura fuera de un contenedor, y de inmediato con la zona de mesas y sillas donde la gente comía sus bocatas. Me senté a descansar con el hechizo roto entre mis dedos y por si fuera poco, una pareja cuarentona no tardó en ocupar la misma mesa que ocupara yo, como si pretendieran exacerbar mi misantropía al invadir mi espacio.

Fueron amables conmigo ofreciéndome de su comida al ver que yo no llevaba nada. Cedí. Quisieron ser simpáticos. Lo soporté. Al parecer se conocían desde hacía siete años. No tuve nada en contra. Pero tocaron la tecla que no debían cuando sondearon mi intimidad con preguntas que no les importaban un bledo. Reaccioné arisco, contesté desagradable, y les dejé allí sentados con la sesuda profecía de que su amor estaba condenado a la extinción, por lo que les animé a que disfrutaran del tiempo que aún les quedaba, pues cuando llegara su ruina, ninguno de los dos tenía pinta de que supiera sobrellevarla demasiado bien.

Irritado conmigo, con mi especie, con los domingos, con la montaña, con la vida… comencé un ascenso por el que sudé en parte mi mal humor. Y lo agradecí sin dobleces, pero al llegar a una fuente, llamada La Campanilla y regada por las aguas que bajan de la Bola del Mundo, me topé con una pareja de ancianos que me saludaron con calidez, y cuya mirada indulgente por parte de la mujer me sacó por completo de quicio.

No pude evitarlo y apoyado en el caño de la fuente, hice gala de mi pedantería, mi mal gusto y mi desfachatez, al contestar el saludo y la sonrisa que me ofrecieron con esta pregunta a quemarropa:

−¿Y qué es lo que se hace con el amor cuando el placer se seca?

La pareja me miró con calma, sin ofenderse, luego se miraron entre ellos, y fue la anciana la que me contestó con una sonrisa en los labios.

−Somos optimistas y hasta la mayor de las ruinas conserva los cimientos. Además, por encima del deseo está el amor, y por encima de este, la lealtad. Nosotros nos somos leales después de haber vivido felices las contradicciones del deseo y del amor, y no podemos pedir más.

Y aún añadió, creo que con sorna:

−Pero jovencito, no desesperes porque tal vez te puede ocurrir a ti lo mismo, y si tienes esa suerte, entonces seguro que se te quitará ese ceño de mal humor que gastas.

Por supuesto me quedé mudo, y ella tuvo la bondad de no hurgar más en mí.

Dos minutos más tarde, sin que nadie hubiera roto el silencio, los ancianos se marcharon. Fue el hombre quien antes de irse y tras mirar a su pareja arrobado, me dijo con cierta complicidad:

−Vaya genio que gasta ella ¿eh?

A lo que tampoco pude contestar más que con mi boca cerrada, y un gesto de idiota. Aún me quedé un buen rato allí plantado, con el correr del agua llegando dentro de mí, y sin notar el viento.

No salí de mi cabeza hasta que escuché voces de niños. En cuanto los divisé con sus padres me marché despavorido. Tomé el camino de regreso sin apenas levantar la vista del suelo. «Abatido», describe muy bien cómo estaba tras mi caminata.

Llegué al coche y al arrancar recordé los versos de Machado, que transformé en:

Hoy hice camino, que no sé dónde irá a dar.

Romero (Apuntes, 3)

Literaturas

A pesar de las pruebas aportadas por el físico Holden Kraus, ni la NASA, ni la Agencia Espacial Europea, ni ninguno de los expertos que han estudiado el tema, están aún por la labor de aceptar las conclusiones del malogrado hispano austriaco.

 

Para muchos, Holden se estaba riendo de todo el mundo, y es que si ya resultaba difícil creer las conclusiones y los hechos que presentó en su primera rueda de prensa, tanto más lo fue con la segunda. Sin embargo, algo ha habido que ha estado con él desde el principio hasta el final. En primer lugar, su reputación de genio y la ausencia aparente de motivos por los que querer presentar al mundo algo tan extravagante si no fuera verdad, o al menos, si él mismo no hubiera creído que lo era, pues algunas voces apuntan a que fue víctima de un engaño. En segundo y sobre todo, las pruebas, resulta difícil confirmar sus hipótesis, pero hasta ahora nadie ha conseguido refutar sus conclusiones, y desde luego no por falta de esfuerzo.

 

Pero hagamos aquí y ahora, en un día que el misterio podía estar tal vez resuelto si las circunstancias aciagas no lo hubieran querido, una cronología de los hechos para poner completamente en claro todo el revuelo ocurrido en los últimos meses.

 

El 4 de febrero de este mismo año, Holden Kraus, un científico brillante y bastante atípico para nuestro tiempo, entre otras cosas por su costumbre anacrónica de trabajar en solitario y aún así encontrar soluciones para el complicado mundo de la física cuántica, afirma ser testigo directo desde su casa, situada en un pueblecito de la provincia española de Guadalajara, de un impacto de meteorito.

 

La noche del avistamiento es despejada, propicia para que se produzcan observaciones astronómicas de cualquier tipo, y sin embargo, parece que sólo los ojos de Kraus han logrado ver aquello que ningún telescopio pudo. He aquí al parecer el motivo principal por el que astrónomos y expertos en la materia deciden ignorar la información de Holden Kraus. Éste, picado en su orgullo y casi desconocedor absoluto de este campo científico, decide ponerse a buscar el lugar exacto del impacto, que cree tener bastante localizado.

 

El 9 de febrero, junto a su hija de 12 años, encuentra el lugar a las 12:15 de la mañana. Kraus se llama imbécil por haber tardado casi tres días enteros en encontrar la zona, realmente cercana a su casa, aunque se justifica alegando un extraño efecto óptico del día de los hechos, que le ha desconcertado bastante y que no sabe resolver. ¿Se trata del mismo efecto que impidió el avistamiento a los observatorios astronómicos? ¿Tendrá eso algo que ver con la naturaleza del meteorito? No parece que sea un punto que se vaya a resolverse jamás.

 

En cualquier caso, la zona de la colisión se halla en la cima de un promontorio, donde se ha ocasionado un pequeño cráter. Holden Kraus, junto a su joven hija, examinan la zona y al fondo del cráter divisan los restos del meteorito. Al principio no albergan ninguna duda de que se trata de una piedra extraterrestre más, pero pronto cambian de opinión. Al examinar de cerca el meteorito advierten que se trata de una roca labrada con una forma más bien rectangular de medio metro cuadrado. Pero lo más extraño está aún por llegar, la hija de Kraus manipula la piedra por una abertura lateral que presenta, y al hacerlo el meteorito se abre y deja al descubierto un objeto pulido, como una losa con extrañas inscripciones, de unos 4 centímetros de grosor y de 30×20 en cuanto al largo y al ancho. Pronto el mundo entero conocerá el objeto como el Códice Extraterrestre.

 

Holden Kraus no pierde el tiempo y para el 10 de febrero concede una rueda de prensa en la que asisten los medios más importantes de todo el mundo. El científico, ya siempre junto a su hija, muestra fotografías y vídeos del impacto y del meteorito, y ofrece a una comisión de expertos internacionales la propia roca y el original del códice. Kraus anuncia asimismo que ha realizado una copia infografiada de todo el material que entrega, y que pretende estudiarlo de forma independiente.

 

Durante varios meses se trabaja incansablemente para desentrañar el misterio del códice, si bien parece que mientras la comisión de expertos se afana principalmente en una línea, Holden sigue otra. Resulta que el esfuerzo de los primeros se encamina en refutar los hallazgos, en demostrar el fraude, en ridiculizar y desprestigiar al físico que pretende dar lecciones sobre lo que no sabe. Por su parte, el hispano austríaco se obsesiona con desentrañar los misterios del códice, no alberga ninguna duda de la veracidad de los descubrimientos, y pone toda su intuición, su talento, y el de su precoz hija, al servicio del códice.

 

A primeros de junio Holden Kraus anuncia una segunda rueda de prensa para el 12 de ese mes, que afirma, no dejará indiferente a nadie. Para el 11, y en una jugada que el tiempo hace ver como poco inteligente e innecesaria, la comisión de expertos ofrece otra. En ésta, afirman que la roca rectángular efectivamente es extraterrestre y que el llamado códice es de origen desconocido, pero inciden en señalar dudas sobre la zona del impacto, que ha seguido para ellos un desarrollo poco lógico de acuerdo a las leyes de la física, y en el hecho de que aunque hablen de origen desconocido, no quieren decir que provenga de otra civilización. Así que no concluyen salvo que no han podido, de momento, desenmascarar a Holden.

 

El 12 de junio y según lo previsto, se produce la esperada segunda rueda de prensa de Kraus que de nuevo la ofrece junto a su hija. Dicen haber descifrado buena parte del códice y para sorpresa de todos, el físico afirma que se trata con total seguridad de un relato extraterrestre:

 

-La primera prueba inequívoca de la existencia de vida inteligente más allá de la Tierra, nos ha llegado en forma de literatura.

 

El científico no quiere entrar a juzgar el valor literario de la obra, y ni siquiera concluye el género del mismo, puesto que aunque para nosotros sería de ciencia ficción, para ellos tal vez no sea así. Con cierto humor, eso sí, deja entrever que no es gran cosa, si bien considera que hay que tener en cuenta su pésima capacidad filológica para hacer un buen trabajo de ese tipo, y su escaso gusto por la literatura. Lo importante en cualquier caso es que una vez más Holden Kraus enseña al mundo sus descubrimientos sin reservas, y muestra que la traducción ha sido posible gracias a la base matemática que ha descubierto que contienen las inscripciones del códice, y que le han permitido llevar a cabo algo parecido a una piedra de rosetta extraterrestre. Tampoco se guarda la traducción, aunque dice que aún está en pañales y que se trata más bien de un resumen con anotaciones, que de un texto literario en sí. Efectivamente, los meses y el esfuerzo esta vez en común con otro grupo de expertos, estos de filología, mejoran bastante la primera y difícil versión, que sin embargo es la que se recogerá acto seguido, con sus dudas, sus muchos y consabidos problemas, y sus comentarios entre corchetes del propio Holden:

 

 

El amo [el lector deberá ponerle la forma que considere oportuna, pues quien lo haya escrito ahorra absolutamente en la descripción física de los personajes, por lo que sólo sabemos que se tratan de seres inteligentes, pero no, si disponen de dos, de tres, o de cuatro piernas, de una o de dos cabezas, o de si el color de su piel, si es que tienen de esto, es naranja o azul o la típica verde] tras ser investigado por el Imperio Norte a causa de sus experimentos sobre la ¿desmanipulación?, decidió desaparecer temporalmente para no ser hecho prisionero, y para ello preparó un plan junto con su criado, según el cual éste último sería el regidor del dominio mientras el amo no regresara de sus viajes, que se alargarían hasta que ¿prescribiera? el supuesto delito. Sin embargo tales viajes no iban a existir y el amo seguiría en el ¿Sector4? tras aplicarse el inyector de conciencia [al parecer se trata de una tecnología que permite extraer la conciencia de un sujeto –con todos sus recuerdos, facultades, traumas…- e inyectarlos sobre un ser ¿inferior?, que ve anulada su propia conciencia para pasar a funcionar con la del inyectado] sobre su mascota preferida [tal vez algo parecido a un gato ya que se dan claves para atisbar rasgos como tamaño y agilidad].

El criado, que tenía la orden de aplicar inversamente el inyector [el cuerpo del amo queda mientras tanto enterrado en un ¿ataúd?] una vez que el Imperio Norte dejara de impartir su justicia sobre el Sector4, intenta terminar con el plan cuando esto al fin ocurre, pero se encuentra entonces con el problema de que la mascota, dócil durante todo el tiempo de la investigación, se vuelve arisca y no se deja atrapar una vez que el Imperio se marcha. Durante un tiempo el criado persigue a la mascota por todo el sector [el lector deberá imaginar aquí los paisajes, los colores, la fauna y la flora que considere oportuno, pues de nuevo, nada se nos dice], pero no consigue capturarla. El criado termina de convencerse de que algo ha salido mal en la ¿transfusión? de conciencia y que mascota y amo luchan dentro de ese cuerpo por el control, como si ambas conciencias se solaparan. El criado, que conoce algo de la tecnología del inyector, decide revisarlo pero no encuentra ningún fallo y termina por idear un nuevo plan.

Habla con su esclavo y buscan una nueva mascota del amo, más grande, ágil y fuerte que la primera. El criado ha decidido aplicar su conciencia a la de esta mascota para perseguir a la primera. Considera su plan infalible y deja al esclavo como regente del Sector4 mientras la mascota/criado persigue a la mascota/amo. Cuando la ¿caza? se produce, cuando la garra [por fin un sustantivo físico que nos sirve para guiarnos descriptivamente] del criado somete a la del amo, éste, que no tiene para nada la conciencia solapada o confusa, logra convencer a su criado/mascota de las ventajas de sus nuevas condiciones [¿físicas?], y ambos deciden quedarse en ese estado de conciencias parásitas en cuerpos ajenos.

La historia concluye con el esclavo hablando con su ¿hijo/a? para explicarle que va a usar de nuevo el inyector de conciencia, aplicándoselo él mismo sobre otra mascota del amo, aún más grande, ágil y fuerte que la que usó el criado. La mascota-esclavo sale de caza por el Sector4, y su ¿hijo/a? contempla la escena siendo el nuevo regente de la zona.

 

 

El 13 de junio no hubo ningún medio de información importante en ningún país que no abriera informando sobre esa rueda de prensa y sobre ese relato. La sensación general fue la de un gran escepticismo y la de cierta tomadura de pelo, que sin embargo se topaban con el mismo escollo de siempre: las pruebas. Holden Kraus había aportado el código matemático traductor y con él las piezas encajaban a la perfección.

 

Dos fueron los debates que se abrieron principal y paralelamente a partir de entonces. El primero giraba en torno a lo de siempre, si habíamos recibido o no, la confirmación de vida inteligente más allá de nuestro planeta. El segundo, más peculiar y reducido, discutía sobre la supuesta calidad del relato extraterrestre. Aquí también hubo un amplio consenso por el que se destacaba la pobreza del estilo, la confusión del mensaje, y lo inverosímil de las decisiones. Si bien es cierto que según pasaron los días y se fueron puliendo algunos aspectos, fueron apareciendo más y más defensores del relato. Al fin y al cabo, se señalaba ahora desde esos sectores, se le estaba juzgando desde nuestras categorías y nuestras limitaciones, y aún así, añadían, era posible hacer numerosas interpretaciones válidas y estimulantes de crítica científica, de relaciones inter-seres, de organizaciones socio-políticas, y de juegos humorísticos.

 

Durante los dos meses siguientes se siguió trabajando en las pruebas y en la traducción, y aunque el interés se redujo como es lógico por la falta de novedades, el mercado no dejó que nos olvidáramos del asunto: se anunció una superproducción de Hollywood; aparecieron cientos de miles de prendas con frases del relato, con imágenes recreadas de las posibles mascotas y de los posibles amo, criado, esclavo, hijo/a; y se desarrollaron geografías del Sector4, e Historias para el Imperio Norte.

El 15 de septiembre, y tras un retiro casi absoluto por parte de Holden Kraus, vuelve a aparecer para anunciar que tras un trabajo incansable durante este tiempo junto a su inseparable hija, ha realizado un nuevo, sorprendente, y casi definitivo descubrimiento sobre el meteorito y sobre el códice que, dice textualmente: “dará mucho que hablar tanto a mis detractores como a aquellos que poco a poco se atreven a defender mis conclusiones”. Así que cita a los medios de comunicación para una tercera rueda de prensa que se iba a efectuar el 1 de octubre, y que se presuponía apasionante.

 

Estamos a 30 de septiembre y el mundo entero se muestra sobrecogido. Un accidente de tráfico en condiciones aparentemente poco sospechosas, se habla de un simple descuido por parte de Holden, ha acabado con la vida del científico. El hispano-austríaco viajaba junto a su hija de regreso a casa cuando al tomar una curva a una velocidad supuestamente excesiva tuvo un choque frontal con otro coche. Tanto Holden como el conductor del otro vehículo fallecieron al instante, mientras, la hija del físico se encuentra en estado crítico, pero estable dentro de la gravedad, y como no se termina de descartar ninguna hipótesis, la policía se encuentra custodiándola en el hospital.

 

En estos momentos el Planeta Tierra parece contener la respiración a la espera de que la hija de Holden Kraus, una niña de 12 años, salve su vida, se recupere, y pueda desvelar al mundo el nuevo descubrimiento que junto a su fallecido padre, llevaran a cabo. ¿Estamos cerca del final para conocer la respuesta de si otra civilización a través de la literatura se ha puesto en contacto con nosotros, o nos quedaremos a las puertas de esa certeza?