DOMINGOS: del placer, el amor, la lealtad, y el camino.

−Señor agente, soy un saco de errores pero le aseguro que este no lo he cometido…

−Me alegro por usted, pero haga el favor de soplar, no tengo todo el día.

−Su incredulidad me hiere, su frialdad me apena… ¿cómo podría convencerle de que no miento, de que…

−Sople y convénzame, no me haga perder más tiempo… ni la paciencia.

Y solo forcé un poco más la tolerancia del guardia civil, y luego soplé, y di 0,0, y pude continuar hasta mi destino en la Sierra.

Era domingo. Apenas había salido el Sol ¿Me había vuelto loco?

Llegué al aparcamiento de la Barranca. Ya había gente con mochilas, ropa térmica, bastones… Por supuesto yo no tenía nada de eso.

Tras vencer unos segundos de tentación para regresar a casa, me crucé con un gato negro en el mismo parking,

−¿Qué hace un tipo como tú, en un lugar como este? −Me preguntó el felino desde sus ojos verdes.

Y por supuesto le contesté a pesar de ciertas miradas que se clavaron en mí:

−El problema de tener amigos, es que a veces les escuchas. Y cuando uno de ellos me contó por quinta vez que el senderismo se acerca a la metáfora de la vida, porque cuesta pero compensa, le dije que sí, que me había convencido, y que lo probaría en mi siguiente crisis existencial.

El gato se esfumó, me callé, y dejé de parecer un lunático. Quienes estaban alrededor se quedaron sin saber que la promesa la había hecho un jueves, la crisis llegó el sábado, y que era en ese domingo cuando probaba la dichosa metáfora por cumplir con mi estúpida palabra.

Busqué el cartel que daba inicio a la ruta y me arrebujé en mi chaqueta de cuero negro.

Pronto llegué a un embalse enmarcado en pinos que sin saber bien por qué, me recordó a Neruda y sus versos:

«Podrán cortar todas las flores,/ pero no podrán detener la primavera».

Era otoño y no encontré ninguna flor.

Tenía frío y comencé a caminar deprisa. La pista me llevó por el margen izquierdo del río y tras adelantar a varias personas, reduje el paso cuando divisé los culos de dos chicas. En unos pocos segundos mi imaginación, puesta al servicio del placer, dio para mucho gracias a la combinación de rubia y morena que caminaban a escasos tres metros de mí.

Al ritmo del bamboleo armonioso de sus traseros, desvarié con varios conceptos freudianos, me fustigué de machista sin remedio y, me empalmé. Todo en apenas dos minutos, todo, antes de que la rubia se diera la vuelta y me mirara por unos segundos. Luego se giró brusca, juraría que molesta, le dio la mano a la morena, y aceleraron el paso hasta que me perdieron de vista.

La escena no sirvió para calmar mi instinto ni mis reflexiones rijosas, pero seguir la ruta, los pinos, el cantar de los pájaros, y el viento que se levantó y me dejó helado la zona sensible, sí que ayudó.

Durante treinta minutos de camino le encontré la gracia al paraje natural hasta el punto de volverme romántico cual Caspar Friedrich con su, “Caminante sobre el mar de nubes”, y me imaginé solitario por las montañas bastón al hombro hasta que, me encontré primero con restos de basura fuera de un contenedor, y de inmediato con la zona de mesas y sillas donde la gente comía sus bocatas. Me senté a descansar con el hechizo roto entre mis dedos y por si fuera poco, una pareja cuarentona no tardó en ocupar la misma mesa que ocupara yo, como si pretendieran exacerbar mi misantropía al invadir mi espacio.

Fueron amables conmigo ofreciéndome de su comida al ver que yo no llevaba nada. Cedí. Quisieron ser simpáticos. Lo soporté. Al parecer se conocían desde hacía siete años. No tuve nada en contra. Pero tocaron la tecla que no debían cuando sondearon mi intimidad con preguntas que no les importaban un bledo. Reaccioné arisco, contesté desagradable, y les dejé allí sentados con la sesuda profecía de que su amor estaba condenado a la extinción, por lo que les animé a que disfrutaran del tiempo que aún les quedaba, pues cuando llegara su ruina, ninguno de los dos tenía pinta de que supiera sobrellevarla demasiado bien.

Irritado conmigo, con mi especie, con los domingos, con la montaña, con la vida… comencé un ascenso por el que sudé en parte mi mal humor. Y lo agradecí sin dobleces, pero al llegar a una fuente, llamada La Campanilla y regada por las aguas que bajan de la Bola del Mundo, me topé con una pareja de ancianos que me saludaron con calidez, y cuya mirada indulgente por parte de la mujer me sacó por completo de quicio.

No pude evitarlo y apoyado en el caño de la fuente, hice gala de mi pedantería, mi mal gusto y mi desfachatez, al contestar el saludo y la sonrisa que me ofrecieron con esta pregunta a quemarropa:

−¿Y qué es lo que se hace con el amor cuando el placer se seca?

La pareja me miró con calma, sin ofenderse, luego se miraron entre ellos, y fue la anciana la que me contestó con una sonrisa en los labios.

−Somos optimistas y hasta la mayor de las ruinas conserva los cimientos. Además, por encima del deseo está el amor, y por encima de este, la lealtad. Nosotros nos somos leales después de haber vivido felices las contradicciones del deseo y del amor, y no podemos pedir más.

Y aún añadió, creo que con sorna:

−Pero jovencito, no desesperes porque tal vez te puede ocurrir a ti lo mismo, y si tienes esa suerte, entonces seguro que se te quitará ese ceño de mal humor que gastas.

Por supuesto me quedé mudo, y ella tuvo la bondad de no hurgar más en mí.

Dos minutos más tarde, sin que nadie hubiera roto el silencio, los ancianos se marcharon. Fue el hombre quien antes de irse y tras mirar a su pareja arrobado, me dijo con cierta complicidad:

−Vaya genio que gasta ella ¿eh?

A lo que tampoco pude contestar más que con mi boca cerrada, y un gesto de idiota. Aún me quedé un buen rato allí plantado, con el correr del agua llegando dentro de mí, y sin notar el viento.

No salí de mi cabeza hasta que escuché voces de niños. En cuanto los divisé con sus padres me marché despavorido. Tomé el camino de regreso sin apenas levantar la vista del suelo. «Abatido», describe muy bien cómo estaba tras mi caminata.

Llegué al coche y al arrancar recordé los versos de Machado, que transformé en:

Hoy hice camino, que no sé dónde irá a dar.

Romero (Apuntes, 3)

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