La herencia del viento

Año: 1960

Director: Stanley Kramer

“Una idea es un monumento más grande que una catedral”  H.Drummond.

Haré un ejercicio proverbial de brevedad.

Deja lo que estés haciendo, salvo que estés echando un polvo o salvando una vida, y ponte a ver esta película. Todo lo demás puede esperar. Pide clemencia si no te gusta. Si te fascina, probablemente sea porque se desnuda el fanatismo, pero también se nos arroja a la hoguera de la complejidad.

Ocho sentencias de muerte

Año: 1949

Director: Robert Hamer

Me encanta descubrir clásicos con un ritmo narrativo que nada tengan que envidiar a las buenas películas de nuestros días. Por eso en buena medida me encanta Wilder, y por eso acabo de disfruté tanto con Ocho sentencias de muerte. Por su ritmo ágil, y por otras muchas cosas.

Por ejemplo por destilar un humor inglés no exento de crítica hacia lo más caduco de esa clase llamada nobleza (ya caduco en la década de los cuarenta, por lo que cuánto no lo estará hoy en día).

Por ejemplo por las excelentes interpretaciones de sus protagonistas, Dennis Prices, en dos papeles, y de Alec Guinnes como “secundario”, que interpreta nada más y nada menos que ocho personajes distintos.

Por ejemplo por algunos diálogos deliciosos como este que recojo: “y en el púlpito, diciendo tonterías… los D’Ascoyne habían seguido la tradición de la nobleza provinciana, y habían mandado al tonto de la familia a la iglesia”.

Y por ejemplo, porque la película desborda al tiempo falta de escrúpulos en su protagonista (aunque no es el único ni mucho menos), e identificación con él por parte del espectador, que solo se logra narrativamente cuando la obra está perfectamente medida y construida (al menos en principio y sin entrar en lecturas de personalidad).

Añadiré también que la pátina del tiempo hace brillar esta película aún con mayor esplendor, y que para los amantes de los finales abiertos, la película termina no con uno, sino con dos, algo realmente difícil de superar.

Z

«Z» de Costa Gavras, 1969.
“…
−Perdón señor juez…
−¿Qué?
Ha dicho usted asesinato, ¿escribo asesinato?
El juez ha sido valiente…”
Quisiera tener los huevos del juez gafapastas; no me importaría usar de los medios del periodista para sacar a relucir la verdad; no quisiera morir por defender lo que hay que defender… Y me gusta pensar (y creo que pienso bien), que España está lejos de ese momento histórico que refleja esta obra de arte cuya intensidad se gana con el transcurrir de los minutos.
Y cuando uno está feliz y saboreando un poco de justicia… llega el final con el amargo sabor de la verdad del martillo histórico. Qué grande y qué duro, como la vida misma.