Serotonina, Michel Houllebecq

Houllebecq es, sin duda alguna, uno de los escritores más incómodos del panorama actual. Para mí, de los que conozco, junto a Chuck Palahniuk, el que más, y gustándome este último, el francés me parece el mejor grano en el culo que se pueda desear.

No por casualidad describe su obra como un meter el dedo en la llaga, y lo hace como nadie, y se recrea, y disfruta, y a muchos, de una manera extraña o grimosa o retorcida o incluso deleitable a secas (por momentos), nos hace disfrutar.

Pues bien, Serotonina es un buen ejemplo de lo anterior y su protagonista, Florent-Claude Labrouste, un tipo tan desagradable como lúcidamente peligroso, pues supone una bofetada a nuestra cacareada zona de confort y un recrearse de los elementos más decadentes de nuestro tiempo.

Su lectura no es fácil, y no por el estilo, claro y preciso como un bisturí, sino por el tratamiento que hace de los temas, pero en todo caso siempre es apasionante… si no se tiene la piel muy fina, porque va a cuestionar tus principios, tu buen gusto, tu ética, y te llevará a lugares donde no es fácil estar.

Lugares límite, tabú, degenerados para la sociedad, donde el protagonista la mayor de las veces asiste como espectador y actúa, si es que actúa, de manera pasiva, indiferente, cobarde. Pero no es una novela donde se haga alarde del morbo por el morbo, sino que el núcleo de la historia versa sobre el amor/desamor, sobre la felicidad/infelicidad, sobre la posibilidad de si el protagonista, podrá vivir, con su arquitectura mental, de una manera digna.

Y Florent comprueba a lo largo de sus páginas, que si alguna vez lo fue, a sus 46 años, y sin ningún problema físico, y con la vida económicamente resuelta, y con un elevado nivel cultural, es decir, en la cresta del privilegio burgués, no lo es, no queda salvación para él. Nadie somos Florent, pero muchos lo somos en algún aspecto, y eso es suficiente para aterrarse.

«¿Era capaz de ser feliz en soledad? No lo creía. ¿Era capaz de ser feliz en general? Creo que es la clase de preguntas que más vale no hacerse.»

Y sin embargo, de eso trata la novela, de un constante preguntarse al respecto.   


Sumisión, Michel Houellebecq

Leer a Houellebecq es siempre una experiencia, pero hay experiencias mejores que otras y la lectura de Sumisión me ha dejado un sabor agridulce: esperaba más. Por otra parte, me gusta la sensación de acariciar cierta derrota, de saber que no soy fanático de ningún autor, de creerme con el espíritu crítico intacto.

Lo dicho no quiere decir ni mucho menos que Sumisión no sea interesante o recomendable, sencillamente no ha estado a la altura de mis expectativas, que siempre son muy altas con el francés. Reconozco que se vuela alto en esta novela de política ficción, pero a mi parecer, se vuela torcido.

Es una posibilidad que el tiempo la convierta en un clásico, en una novela visionaria al estilo de 1984 o de Un mundo feliz. Visiones por cierto que a la postre no fueron tan parejas a la realidad, pero sí cercanas. Y supongo que ahí se juega su futuro esta novela. Yo quiero pensar que ni siquiera tendrá esas notas de cercanía. Y espero acertar, aunque reconozco que tal vez me pierda mi optimismo, que no es mucho, pero al menos es mayor que el de Houellebecq.

Vayamos rápidamente con lo que defino como el argumento carcasa. Estamos en Francia, en el 2022, ante unas nuevas elecciones donde el partido Hermanos Musulmanes, con su líder Ben Abbes a la cabeza, ha crecido lo suficiente como para tener opciones de llegar a la segunda vuelta y disputar el poder al Frente Nacional de Marine Le Pen. Para evitar que la ultraderecha gane y gracias a las habilidades de unos y a las torpezas de otros, se termina produciendo una gran coalición que lleva al poder a los Hermanos Musulmanes.

La novela, dividida en cinco capítulos, se podría dividir perfectamente en dos; hasta que el partido político musulmán gana las elecciones presidenciales, y después de que lo haga. Y si antes apuntaba la idea de argumento carcasa, es porque todo lo anterior queda en cierta manera en un segundo plano, ya que en el primero tenemos a François, el protagonista de la novela, un profesor universitario de literatura, especializado en Huysmans, un escritor francés del XIX y principios del XX, cuyo pesimismo es tan sobresaliente, como el hecho de que al final de su vida se convirtiera al catolicismo. Detalles ambos nada baladíes, pues François vendría a ser por el desarrollo de la novela una especie de reencarnación del primero.

El caso es que si analizo la obra en cuanto al personaje protagonista, veo al mejor Houellebecq; metiendo el dedo en las llagas de nuestra cultura, mostrando el brillo de las cadenas del posmodernismo, preguntándose casi con desdén qué hacer con toda esta nada, exhibiendo con crudeza las relaciones sociales y sexuales de nuestros días, no olvidando ni uno solo de sus razonamientos hirientes.

Sin embargo, si la analizo como novela de política ficción, creo que yerra. Por supuesto que el tema es en términos históricos necesario, urgente, me atrevería a decir que crucial: ¿cómo afectará la crecida del mundo musulmán en Europa? Pero creo que estira en demasía el valor demográfico y acalla la importancia de los valores occidentales, como las conquistas feministas de las últimas décadas. La mujer en esta novela es mero objeto, se adaptará el ideario islámico sin presentar batalla; poligamia, formas de vestir, vuelta a reclusión doméstica… No hay resistencia alguna por parte de una sociedad laica y democrática que en Sumisión está prácticamente desaparecida.

Hay justificaciones narrativas a lo anterior que empiezan y terminan prácticamente en la habilidad política del líder del partido de Hermanos Musulmanes, y en que los hombres pueden volver a tomar el control exacerbando sus deseos más o menos reprimidos. Desde luego, a mí no me convence la reducción que hace de las problemáticas. Lo que reprocho a Houellebecq es, que para levantar su mapa del territorio narrativo que le interesa, no traza nada más que unas líneas gruesas, y lo que es peor, me da la sensación que una vez que las elecciones están decididas, el autor se deja llevar con marcha automática tanto como su personaje. Y esa dejadez narrativa y estilística sí que me parece imperdonable.

Por tanto, el problema a nivel literario de la obra no me parece el carácter polémico del tema que trata, sino cierta inverosimilitud que recorren los acontecimientos. Ahora bien, el tiempo dará la razón a Houellebecq o se la quitará en cuanto al desarrollo del islam en Europa, y esperemos que se equivoque y mucho, puesto que ni siquiera pinta el peor de los panoramas posibles.


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Primera carta de Michel Houellebecq a Bernard-Henri Lévy en «Enemigos públicos»

Querido Bernard-Henri Lévy:

Todo, como se suele decir, nos separa, excepto un punto fundamental: tanto usted como yo somos individuos bastante despreciables.

Especialista de números descabellados y payasadas mediáticas, usted deshonra hasta las camisas blancas que lleva. Íntimo de poderosos, bañado desde la infancia en una riqueza obscena, es emblemático de lo que algunas revistas un poco de baja estofa como Marianne siguen llamando la «izquierda-caviar», y que los periodistas alemanes denominan con más finura la Toskana-Fraktion. Filósofo sin pensamiento, pero no sin amistades, es además el autor de la película más ridícula de la historia del cine.

Nihilista, reaccionario, cínico, racista y misógino vergonzoso: sería hacerme un honor excesivo encasillarme en la poco apetitosa familia de los anarquistas de derecha; fundamentalmente soy solo un patán. Autor insulso, sin estilo, accedí a la notoriedad literaria gracias únicamente a una inverosímil falta de gusto cometida, hace varios años, por críticos desorientados. Desde entonces, mis provocaciones jadeantes han acabado cansando.

Entre los dos simbolizamos perfectamente el apoltronamiento espantoso de la cultura y la inteligencia francesas, recientemente señalado, con severidad pero con justeza, por la revista Time.

No hemos aportado nada a la renovación de la escena electro francesa. Ni siquiera figuramos en los créditos de Ratatouille.

Se reúnen las condiciones del debate.


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