El brindis

Dolores y Ángel se conocieron en una discoteca, donde los respectivos amigos les condujimos para arrancarles del dolor de antiguas relaciones enquistadas. Nunca les había gustado aquel hervidero de ruido, pero estaban dispuestos a reconocer que era un lugar útil para poder desfogar la libido.

La torpeza indiscutible que Ángel demostró en la pista de baile llamó la atención de Dolores, y cuando él decidió darse un respiro con una copa, ella fue tras sus pasos. La música estridente llegaba a cada rincón de la discoteca, pero Ángel en la barra se hizo escuchar para pedir un vodka. Mucho más le costó comprender que aquella chica se le presentara y le sonriera. Lograron enterarse de sus nombres y de poco más. Enseguida desistieron de gritarse y Dolores pidió un whisky para hacer un brindis por el feliz encuentro. Él tuvo la ocurrencia de decir: «¡Por el silencio!». Y brindaron.

Para sellar aquel pacto en mitad de tanto bullicio, se besaron, incrédulos, pues se  acababan de conocer. Una sacudida les transformó en viejos compañeros aunque sus pasos no se hubieran cruzado hasta ese momento. Se marcharon de inmediato, sin avisarnos, conmocionados al sentir que para comunicarse entre ellos las palabras eran prescindibles.

Tras escapar de la discoteca huyeron también de la zona de bares hasta que al fin hallaron la calma. El silencio de la noche se sumó a su silencio, y optaron por consagrare a él.


Su relación se consolidó con los meses como vienen a hacerlo casi todas, a base de guiños, de complicidades y de ternura, pero resultaba evidente de cara a los demás que no eran como el resto, ya que entre ellos reinaba siempre el silencio y era la palabra la moneda de cambio que usaban en el trabajo, con los amigos y la familia.

A menudo durante el primer año los amigos de ambos, ahora en el mismo grupo, nos maravillamos de ver situaciones, digamos comunicativas −ir a un restaurante, elegir una película, decidir un regalo…−, que venían a resolver sin dificultad a base de miradas y sonrisas llenas de mensajes encriptados para el resto, que unas veces eran dignas de admirar y otras no dejaban de desesperarnos. Y es que en ocasiones veníamos a sentir verdadera incomprensión por ellos, momento en el que les  lanzábamos a la cara largos sermones sobre la necesidad de hablarse. Pero no había forma de hacerles ver aquello, y aunque nos contestaran con paciencia, ellos siguieron felices, sin palabras, comunicándose a su manera.

Sin embargo al inicio de su segundo año aparecieron las primeras grietas de su relación en forma de monosílabos. También nos dimos cuenta de que el brillo de sus miradas cuando se cruzaban, se redujo, y en definitiva, notamos cómo el halo mágico que parecía envolverles cuando estaban juntos se había roto hasta convertirles en una pareja… normal. Debo confesar que sentimos alivio, tal vez porque la amistad no es incompatible de la envidia.

Pocos meses más tarde ya se echaban reproches sin tapujos en forma de frases hechas y clichés del tipo: «siempre igual»;  «haz lo que quieras»; o, «todos sois iguales», que a quienes conocíamos su relación nos dejaba sin palabras.

Finalmente terminaron por cruzarse razonables discursos. Días antes de la ruptura cualquiera que no les hubiera conocido anteriormente, pensaría que daba gusto oírles hablar, de tan bien que se decían las cosas, aunque fuera en forma de discusiones por cualquier tema.

A día de hoy, Dolores y Ángel se hablan cuando se cruzan, y debo decir que me angustia pensar que no lo hagan, pues a causa de las vueltas que ya sabemos que da la vida, ahora salgo con Dolores, aunque bien sé que no es feliz, puesto que por mucho que haga o que incluso nos digamos, sé que ella vuelve su recuerdo incansablemente a ese tiempo que pasó con Ángel, en el que les sobraban las conversaciones, en el que una mirada era la elocuencia, en el que el silencio fue el sentido de un amor que se consumió por la  palabra.

3ª Tanda (selección de tuits publicados)

3ª TANDA (noviembre)

1. Desairó a los dioses y lo pagó: le hicieron ateo.

2. El fantasma, disfrazado de enfermera medio en pelotas, pasó desapercibido en la fiesta.

3. −Pegarte cuando éramos niños –dijo el acusado en el pasillo− no estuvo bien. −No, no lo estuvo –dijo el juez.

4. Se quedó a vivir en el tren, a la espera de llegar a destino.

5. El actor de turno se sienta a mi lado. Todas le miran. Me lío a hostias con él. Todos nos miran.

6. Le rezó a la Nada, y la Nada le escuchó tanto como Dios.

7. Con el hechizo roto entre sus dedos, sonrió. Sabía que la magia va y viene.

8. Me leyó el corazón en varios idiomas, y en todos decía lo mismo: tú.

9. Echo de menos tu saliva (1ª versión).

10. Echo de menos tu saliva, otras me escupen, pero no es lo mismo (2ª versión).

11. Echo de menos tu saliva, y que me lamas el corazón con ella (3ª versión).

12. Soy idiota. Le quité las espinas a la rosa, y como bien se sabe, dejó de ser rosa.

13. −Quiero perderme en el laberinto de tu boca −dije ya completamente perdido.

14.

−¿Cómo quieres que te quite la angustia, a base de sexo o de caricias?

−Con ambos, aspiro a todo.

15. Al rajarse las venas le brotó la tinta, se le encharcaron los pulmones de palabras, y murió entre versos.

16. Luchar nos hace más fuertes, escribir nos da poder, leer nos da vida.

17. Deja de atravesarme con tu mirada, y atraviésame con tus besos.

18. Deja de atravesarme con tus besos, y atraviésame con lo que debes.

19.

He visto cataratas,

con menos lágrimas

de las que mereces.

20.

Yo no quiero que la Muerte se muera,

yo quiero,

que se muera la Tristeza.

 

Diarios

Al encontrar su cadáver hubo un total desconcierto. Unos dijeron que se trataba de un suicidio por amor, otros, de una muerte natural. La investigación forense no arrojó luz y la policial lo complicó todo más cuando encontró dos diarios personales.
En el primero se describía el goce que le producía su relación, su cercanía con el paraíso, la pasión desatada con la que miraba a su pareja. En el segundo, sus odios, su desconcierto, su desaliento más terrible. Ambos diarios tenían fechas desde el inicio hasta el final de la relación. Ambos incluso fechas en común donde la diferencia era de horas.
Al callejón sin salida se llegó cuando se le preguntó a ella y dijo desconocer no solo los diarios, sino que el muerto fuera capaz de tales emociones en vida, de la edénica y de la infernal, que se recogían en los escritos. Para ella, él era una persona equilibrada, aburrida incluso en su forma de querer.
El embrollo se resolvió como se resuelven las cosas, todo el mundo quedó insatisfecho, cada uno tomó lo que quiso, y el frío cadáver no desveló su misterio.

Al modo de Raymond Carver

La mujer se había levantado de la cama hacía un rato. Perdía la mirada en las llamas de la chimenea mientras tomaba café. Sonreía, mitad dulzura, mitad misterio.

El hombre entró en el salón somnoliento. Se frotó los ojos con los dedos.

−¿Por qué esa expresión? –Preguntó mientras se sentaba.

−Pienso en lo extraño que es la felicidad ­–contestó ella sin mirarle y añadió: −En concreto, en lo extraño que es la felicidad en pareja.

El hombre se imantó también con las llamas. Dijo:

−¿Quieres decir al modo de Raymond Carver. Al modo de una felicidad pasajera que termina por convertirse en una costra, dura si hay suerte, dolorosa en la mayoría de las ocasiones?

−Sí, eso mismo.

Ambos guardaron silencio. Él parecía pensar, ella se encendió un cigarrillo.

−Para mí no hay felicidad posible sin valor –dijo él y se puso en pie.

Observó con detenimiento las estanterías del salón repletas de libros. Se encaminó hacia una de ellas. Pareció encontrar lo que buscaba tras pasar el dedo índice por varios libros. Tomó, Dequé hablamos cuando hablamos de amor, estaba manoseado y repleto de pósits que sobresalían de sus páginas.

−Que dios me perdone por lo que voy a hacer.

Fue hasta la chimenea y arrojó el libro al fuego. Observó cómo ardía. La mujer miró la escena con calma y con un ligero tono de reproche le dijo:

−No crees en dios y encima tienes varias ediciones de esa obra. Pero cuidado con el fuego, su problema es que también quema aquello con lo que no se cuenta.

El hombre se dio la vuelta y la miró.

−Como casi siempre tienes razón y no hay palabras para replicarte.

Anduvo hacia ella y decidido la besó.

−No hay prisa –dijo la mujer cuando él retiró sus labios.

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