Irracional, falto de ética y estúpido

Empecemos por el final, a veces, es la mejor de las maneras: el mundo siempre ha sido irracional, por desgracia, solo unas cuantas generaciones saben de su absoluta falta de ética. Con la estupidez iremos luego.

Tomo el caos y no a dios como punto de partida. Quiero decir, si todavía hoy consideras que un Señoro de pelo blanco hizo el mundo en siete días, o estás de acuerdo con cualquiera de sus otras versiones míticas, pues tú y yo tenemos poco que discutir/debatir al respecto, sencillamente, no seremos capaces de entendernos en ese punto y tendremos que encontrar otros puentes. Puede que consideres algo más elaborado, estilo Spinoza (dios y la naturaleza son la misma realidad), o que compatibilices una versión científica con la existencia de un dios menos antropomórfico de lo que gustaría, y bueno, ahí podemos encontrarnos para hablar, por qué no.    

El caso es que, si partimos del Big Bang, de las leyes de la Física y de la Biología, pues tenemos un mundo donde el ser humano no es la medida de todas las cosas, ni mucho menos el centro de nada. Y tener esto claro, es importante a la hora de comprender el titánico esfuerzo que hemos realizado siempre por arrojar un poco de racionalidad humana a un sistema universal donde importamos tirando a nada. De hecho, ese esfuerzo, donde podemos encuadrar al Señoro que mencionaba antes, y a otros dioses y diosas, y a otras grandes ideas que fracasaron con mejor o peor estrépito, pues tiene todo mi respeto, digamos, histórico. Y, si no lo tuviera, pongamos el ejemplo del nazismo, pues al menos tiene mi interés.

Total, por resumir, soy un postmodernista más y me parece una muy buena metáfora esa de que hasta el S.XX íbamos en barcos de metarrelatos (se llamase el barco religión, comunismo o fascismo) que ofrecían y pautaban el sentido de la vida de arriba abajo a poblaciones enteras (dentro de las cuales, por supuesto, cabían excepciones) sin apenas posibilidad de discutir el asunto. Por supuesto, el siglo XXI ha demostrado que no estamos tan lejos, que los nacionalismos, los creacionistas, o los conspiranoicos abundan, y que, en realidad, en el neofeudalismo capitalista que nos azota, caben todos los ismos a la vez. Sin embargo, al menos, todavía ninguno se erige con mano de hierro, y quizá esa sea nuestra ventaja. Estamos arrojados en mitad del océano, con astillas y tablones a nuestro alrededor, donde poder elegir. Al respecto, nunca pierdo la oportunidad de señalar mi tabla de salvación, y no haré excepción aquí: la literatura es la mentira en la que más creo. Luego, por suerte, también tengo otras.

Ahora bien, que el mundo sea irracional en el sentido descrito anteriormente (que al universo le importemos una mierda, y que nuestras mierdas para combatir esa zozobra estén a su vez microfragmentadas), no quiere decir que hoy no tengamos las herramientas para hacer lo humano mucho más ético y mejor de lo que es. Y ahí radica la gran diferencia con el pasado: no tenemos excusa. Nosotros tenemos ciencia y tecnología para acabar con el hambre y la pobreza, nosotros tenemos cantidad de ejemplos de revoluciones donde fijarnos, nosotros tenemos los Derechos Humanos, nosotros tenemos los Derechos Civiles, nosotros tenemos instituciones y organismos nacionales e internacionales para dar y tomar y nosotros tenemos toneladas de enseñanzas históricas. Y, sin embargo, lo que hay, es este panorama. Es para echarse a llorar.

Supongo que uno escucha y mira a la cara de Trump, de Putin, de Netanyahu, de Milei, de Kim Jong-un, de Maduro, de Abascal, de Ayuso y resulta muy difícil no pensar la siguiente dicotomía yuxtapuesta: la estupidez y/o la maldad ha triunfado. Lo que compartirán hasta los muchos que no estén de acuerdo conmigo, es la sensación de impotencia y la sensación de que no se puede hacer nada. Es esa sensación la que trata de gobernar hasta la última de nuestras células. Por suerte, me aferro a pensar que por mucho que la sensación está y esté ahí, que, por mucho que sea fuerte y nos abofetea, todavía queda aliento para combatir.

Ese aliento de pelea y de resistencia contra las injusticias es el que veo también a diario en tantas buenas personas que no se rinden por aportar su granito de racionalidad empática y de ética, y, el que quiero pensar, me impulsa a escribir y a leer para tratar de entender el despropósito que nos rodea. Ojalá ese aliento crezca a contracorriente, contra los elementos que parecen conformar nuestro mundo, contra, me atrevo a decir rayando la pedantería, contra el zeitgeist que nos riega un día sí y otro también. Ojalá.


El conformista

Año: 1970

Director:Bernardo Bertolucci

Llevaba una racha de críticas más o menos al uso, que esta peli viene a quebrar. De hecho, no pensaba reseñarla pero le debo reconocer que ha trabajado en mi cabeza con paso lento pero encomiable, y que al final, me ha exigido que la escriba.

Se trata de una película dolorosamente profunda, enmarcada en la Italia fascista, y que ahonda en la psicología de Marcello Clerici hasta mostrarnos los recovecos más lúgubres. Y son los recovecos más lúgubres porque podrían ser también los nuestros, y serlos precisamente hoy en día. El título es la clave para entender lo anterior, y no diré nada más sobre el argumento.

Sí diré en cambio que Bertolucci ejemplifica a la perfección dos de mis miedos y preocupaciones. El primero tiene que ver con la capacidad que tenemos para desperdiciar nuestro talento, para echarnos a perder por no querer afrontar las consecuencias y el esfuerzo que se exige. El segundo, es el resultado que deviene tras la rendición: una sociedad conformista basada en sujetos conformistas que se adaptan al poder y a los arribistas, que son unos canallas, pero unos canallas que se atreven, y que no se conforman.

¿Se puede acaso hacer una película más actual? Y aún me hago otra pregunta, ¿cuántos pasos separan al conformista del canalla?