Asalvajados

Subo al púlpito. Don Tobías me mira desconfiado desde el altar. Observo a la feliz pareja, se tensan. Barro de golpe a los invitados de la iglesia y comienzo a decir: Mis queridos coños, pijas e indefinidos…”. Me gano el odio de todos, pero en especial el de ella, sonrío y me esfumo.

Lo anterior es el plan, la realidad es bien distinta, mucho más cutre, como siempre. No atreverme a llevar a cabo lo que imagino se me da de puta madre. Ni siquiera entro a la iglesia, tampoco me atreví a felicitar a los novios, les aceché en la distancia. Estoy en la plaza mientras transcurre la ceremonia. Estoy solo, salvo por una absurda bolsita de arroz que dejo caer sobre los adoquines y una botella de ron a la que diré: sí, quiero. Comienzo a andar, no porque no quiera ser un cabrón, no por cobardía, sencillamente mis pies me alejan de la feliz escena, ya no la joderé.

La iglesia y la botella quedan lejos, revolviéndose en las entrañas. Su combinación me genera preguntas, ¿y si Jesucristo no murió virgen?, ¿y si fue impotente?, ¿y si lo que fue es gay? La contención no es lo mío y piso el acelerador, ¿acaso no cagaba como los demás? Al fin y al cabo, todos llevamos la mierda con nosotros y Jesús era uno más en su parte humana, seguro que se la cascaba como todos.

Así de religioso llego al bar del pueblo, me siento lo más lejos posible de la barra y me pido un cubata. Mientras la camarera me atiende me mira ceñuda cuando le digo que no pare, que yo la aviso. Pero ella deja de llenar el vaso cuando le place, sin hacerme ni puto caso, como la vida. Solo puedo guiñarle un ojo como respuesta.

Perdido en la oscuridad del cubata me pregunto por qué blasfemar me pone tan cachondo. La respuesta me viene fácil tras un trago: pura venganza, me gusta atentar contra Dios, porque Dios no se cansa de atentar contra nosotros. Dejo el vaso y lo escatológico vuelve a mí: Jesús también era Dios y lo mismo tenemos fosilizada alguna de sus mierdas divinas… Pego un puñetazo en la mesa y añado en alto: ¡Y no me refiero a la Biblia… que también!

Supongo que en ocasiones soy capaz de atreverme un poco. Reto con la mirada a los parroquianos que no me recuerdan, o que hacen que no me recuerdan, y me digo si habré dicho ya lo suficiente para que me lleven a la hoguera. Solo puedo echar de menos la Santísima Inquisición, aunque con estos tiempos que corren si me pongo a hablar de Mahoma y del Corán lo mismo tengo suerte.

Otras ideas me atosigan. No me soporto cuando me pongo en plan filósofo, pero tampoco sé detenerme… ¿qué tipo de mundo hemos construido? Termino por perorar que quien cuenta la Historia elige lo que cuenta y cómo lo cuenta, y solo tiene que ser un poco hábil para que el resto le comamos la polla, o el coño, por eso de la igualdad…

Mis pensamientos definitivamente bailan asalvajados y que uno de estos cazurros me calce una hostia solo es cuestión de que piense un poco demasiado alto. Pero tal vez sería lo mejor, tan solo necesito un puto hombro donde contar que los cuatro (por supuesto incluyo a don Tobías, la piedra filosofal del grupo) nos conocemos desde la catequesis que nos iba a limpiar del pecado original…

Observo que la camarera habla con un cromañón y apuesto a que es su novio, que se besen es una pista… Me miran desde la barra. Yo vuelvo a lo mío: Dios nos juntó, don Tobías nos tocó y nosotros tres acabamos la orgía…

El cromañón decide venir hacia mí. Ella era preciosa, fue mi primer beso, mi única chica, durante años nos creímos lo del uno para el otro y con doce o trece hubiera apostado mi alma a que sería yo quien le pondría el anillo a ella, y no él.

El cromañón llega a mi mesa. Corre la silla para poder sentarse junto a mí. Se sienta y me sonríe. Sospecho sus palabras: ¿qué le has dicho a mi chica?, y la intención de romperme la cara. Yo le contesto, mirando sin verle… Pero a los catorce se fue a tomar por culo el alma, al menos la canónica.

Él y yo nos enamoramos, la amistad traspasó su frontera por la acera prohibida. A los quince don Tobías, que tanto nos había enseñado, nos cazó besándonos y se escandalizó, o eso dijo el hijo puta. Lo que es seguro es que se lo contó a ella. Ella juró vengarse… Ahora todos hemos vuelto al lugar de tanto delito… y ellos acaban de convertirse en marido y mujer.

El cromañón sabe hablar, me llama por mi nombre y me pregunta qué le estoy contando. No me suelta una hostia sino que quiere saber si me acuerdo de él. Sin esperar ninguna respuesta me dice que me invita a la siguiente ronda si empiezo la historia desde el principio. Ya tengo el hombro que buscaba.


Resultado de imagen de bolsitas de arroz para boda


Publicado originalmente en dekrakensysirenas.com, @krakensysirenas

Ecuación perfecta

Estábamos tumbados y desnudos sobre la cama cuando tuve la idea. Me levanté de un salto, saqué una lata de cerveza de la nevera y la vacié sobre una jarra. Ella miraba divertida, ya le había mostrado que era un tanto payaso y que de mí se podía esperar cualquier cosa. Metí el dedo índice y el dedo corazón hasta el fondo de la jarra, los empapé a conciencia y regresé a la cama. Le di un beso en su coño, otro en su ombligo, otro en cada uno de sus pechos absolutamente perfectos y, con los dedos ungidos en la sagrada cerveza, dibujé sobre su vientre una cruz al tiempo que dije:

−Lo que Philiph Roth ha unido, que no lo separe nadie.

Ella se descojonó. Su risa iluminó el apartamento y por qué no confesarlo, también mi corazón. Me llamó tonto, me comió la boca, me ordenó tumbarme sobre la cama, se me subió encima, y sin ninguna dificultad se clavó otra vez mi polla.

 

Nos habíamos conocido horas antes de la mejor de las maneras. Después de varios intentos fallidos en Casas del Libro, en la Fnac y en La Central, por fin encontré en Tipos Infames el Philiph Roth que buscaba. Al verlo estiré la mano para acariciar su lomo y llegó la sorpresa: otra mano se interpuso y al mismo tiempo agarramos El teatro de Sabbath. No iba a dejarme avasallar y planté resistencia hasta que miré a mi oponente, entonces Roth perdió brillo por una vez en mi vida. Era tan alta como yo pero no quise malgastar la visión descubriendo si el motivo eran unos tacones o no. Su rostro era precioso y me niego a afearlo con mi descripción, el pelo le caía completamente liso más allá de los hombros, y su piel era muy pálida, punteada de un mar de pecas y lunares.

−Quédate con el maestro –le dije clavando mis ojos en sus pupilas marrones y, sintiendo que nunca nada me salió tan de dentro, añadí−, pero déjame que te invite a lo que quieras.

−No me gustan los románticos ni los enamoradizos, tampoco los aduladores y mucho menos los lunáticos. Y tú pareces una mezcla de todos ellos. Además, lo que quieras es un concepto muy amplio que te puede condenar… pero no sé decir que no a una coca cola light sin hielos –Y me sonrió, y me di cuenta que con ella no podría evitar, ser todo lo que me acababa de decir que no le gustaba.

 

Volvimos a corrernos juntos tras no callarnos ninguno de los dos ni uno solo de los jadeos que teníamos muy adentro. Con el orgasmo todavía reflejado en el rostro, con la respiración aún al galope, sin poder dejar de mirarla, le confesé la intuición que me empeño en defender a pesar de las pruebas en contra que me ha ofrecido la vida:

−Gracias a la literatura se folla mejor.

Esta vez fue ella la que se levantó de la cama con presteza. Llegó hasta el bolso tirado en el suelo y, después de rebuscar en él encontró su paquete y sacó un cigarrillo. Usó la lata de cerveza como cenicero. Mientras la contemplaba pensé que nunca nada podría arrojarme más luz que esa pálida desnudez. Pensé en decirle que era la canción que buscaba, que era todas las mujeres que me gustan, el milagro que no me iba a ocurrir. Pensé todo eso y mucho más después de recordar nuestro milagroso encuentro, nuestras conversaciones que nos habían llevado a mi apartamento con total naturalidad pero llenos de deseo, la comunión sexual que habíamos demostrado… Pero aunque lo pensé no lo dije, pues de nuevo caí en su advertencia sobre los tipos que no le gustaban. Fue ella la que contestó a mi intuición con una sonrisa en los labios, y con estas palabras:

−Tal vez folles mejor gracias a la literatura, cielo, pero seguro que en estos tiempos donde reina la imagen y no la palabra, no follas mucho.

Nos reímos, despotricamos contra el mundo, lo intentamos arreglar y, cuando vimos que no tenía remedio, ella me agarró la polla con su mano y yo estuve de nuevo listo para un nuevo asalto.

−Dios debe envidiarme a muerte, o quererme mucho por una vez –dije acariciando el cuerpo de mi religión recién descubierta.

−¿Eres siempre tan blasfemo? –Preguntó ella, acercando su boca a la mía, y apretó fuerte la mano con la que me agarraba la polla.

−No me gusta tentar al infierno −susurré− pero nunca he encontrado un motivo mejor que tú para arder en él.

Una vez más no quise parecer excesivo y me cuidé de soltar mi teoría sobre la querencia por la blasfemia cómplice; esa que no se vocea a los cuatro vientos, esa que se comparte en la intimidad de la pareja o de la amistad, esa que no falta al respeto de quien libremente asuma los supuestos de cualquier fe (siempre y cuando esa misma fe respete también mi libertad), esa blasfemia donde juego a retar a Dios, donde le exijo explicaciones, donde me río de su supuesta gloria, de su promesa a la vida eterna; porque lo sagrado para mí está en el más acá y en la risa y en el darnos pequeños sentidos dentro del caos absurdo al que hemos sido arrojados. Pero como digo todo esto no se lo dije a ella, y hábil por una vez en mi vida, me olvidé de lo divino, me centré en lo humano, y le introduje mi polla una vez más.

De nuevo estuvimos inspirados en las posturas y en los juegos que ejecutamos en perfecta armonía hasta que nos corrimos. Luego, tal vez por culpa del cansancio, del sudor en los ojos, de la piel arañada, de la mezcla de nuestros fluidos, cometí la torpeza de irme de la lengua:

−Por una vez no me siento vacío después del orgasmo.

Y por si el romanticismo no hubiera resultado ya escandaloso, tuve que añadir:

−Somos la ecuación perfecta.

A ella entonces le cambió el gesto, comprendió que yo era un infeliz que le hablaba mucho más en serio de lo que quería aparentar, y me dijo mientras me besaba en los párpados y en la frente:

−Una ecuación perfecta es aquella que no se resuelve. Resuelta la incógnita se acabó el misterio. Y si se acaba el misterio…

Decidió no acabar la frase porque ambos sabíamos que no era necesario. Lo que sí hizo a continuación fue canturrear, fue lavarse los dientes con un cepillo rosa que llevaba en el bolso, fue retocarse el maquillaje, fue vestirse.

Cuando ella estuvo preparada para la despedida, yo estuve a punto de pedirle explicaciones. Me contuve a tiempo. Tampoco lloré. Sacrifiqué definitivamente la parte de mí que quería retenerla. Le pedí un cigarro a pesar de que no he fumado en la vida. Nos abrazamos, nos sonreímos. Nos dijimos gracias en lugar de adiós.

Me he encendido su cigarro y me he puesto a escribir nuestra pequeña gran historia, qué sabe Dios si no volveremos a pelearnos por otro libro.

Romero, 7.


Publicado originalmente en dekrakensysirenas.com, @krakensysirenas, el 15.12.15