La estela invisible del coche se perdía delante de Max en aquella carretera perdida, sin que el viejo asfalto, el ruido a motor sucio, o los insultos gratuitos hacia él y su montura, le alteraran de sus ejercicios memorísticos.
Al pasar el cartel de 1km, Pegasa, su yegua blanca, miró a Max como anunciándole que ya estaban muy cerca, pero él siguió imbuido en la representación mental de su espectáculo.
Al llegar a la cuadra, lo primero que hizo aquella especie de volatinero de la palabra fue poner el cuerno sobre la yegua, no fuese que los niños vieran al unicornio sin su atributo. Quedaban tres horas para el espectáculo y dos para anochecer.
Los niños quedaban en primera fila flanqueados por los mayores atrás, las hogueras laterales, las estrellas arriba y el escenario delante. No eran muchos, pero estaban casi todos los que quedaban por aquella desolada región.
Max Juglar pisó el escenario tañendo su bandurria artesanal y sonando los cascabeles de su sombrero multicolor y de tres picos. Pronto presentó y subió con él entre versos al mítico unicornio blanco, con el que el héroe, ahí quedaba ya tan sólo su espada, había vencido al dragón malvado, de cuyo rastro tan sólo resistía ese diente como de enorme dinosaurio, esos animales majestuosos que hoyaron la tierra por doquier, y estas estepas castellanas en concreto, hace tanto tiempo que ni siquiera la larga memoria de los abuelos puede recordar, por mucho que digan que el hombre malo hizo con los duros pellejos de esos reptiles los oscuros sacos con los que raptaba a los niños, pequeñajos que lograrían escapar y convertirse en leyenda al conquistar tierras desconocidas, y derrotar a peores reyes, cuyos reinos atestaban de princesas y príncipes azules necesitados de sangre roja para poder sanarse.
Y cuando Max Juglar así lo quiso, hizo que aquella platea entregada compuesta de niños padres y abuelos, empezara a contar sus propias historias y aventuras, participando todos de una noche mágica en la que el fuego, las estrellas y la palabra, sacudieron la memoria y arrasaron la rutina.
Aranjuez 11-11-09, en algunas de las horas más duras de mi vida