Por una razón lógica a todos nos gusta escuchar historias de perdedores. La razón no es otra que la de hacernos sentir mejor al compararnos con tales protagonistas. Los Cohen nos sirven el retrato de un perdedor de primera. La película va por buen camino en todo momento, pero hacia el final se vuelve trascendente, y cuando Llewyn Davis se «cruza» con Bob Dylan, el asunto alcanza el éxtasis. Por momentos resulta tan desesperante como la vida misma.