De palabras y hechos:
Durante un tiempo he creído que la palabra es salvífica. Ahora ya no lo creo. Ahora mi intuición es más fuerte: la palabra es salvífica si empuja al acto. Si la palabra no lleva al acto, entonces es una promesa rota, o lo que es lo mismo, un fracaso puro. El acto necesita igualmente de la palabra, pues si no, es ciego, y la ceguera es arbitraria cuando hace, y lo arbitrario no tiende, salvo por casualidad, a ser salvífico.
Todo esto suena demasiado religioso y ambiguo. ¿Qué es aquí “palabra”, y “salvífico”? Además y por lo dicho parece exigirse una fe. Yo carezco de fe, por tanto no puedo aplicarme mi propio mensaje, o quizá pueda traducirlo de un modo conveniente. Veamos.
Las palabras, un discurso, un pensamiento, no sana por muy bueno que sea, si no conduce a la acción que promete. Un ejemplo, puedo encontrar palabras maravillosas para luchar contra la pereza, pero si sigo perezoso no pasan de mera curiosidad. Otro, puedo encontrar perfectos discursos para escapar de las garras de la depresión, pero si sigo sumido en ella las garras apretarán más fuerte.
Ser consciente de lo que digo es la clave. La palabra por sí sola no puede salvarnos, necesita de nuestra ayuda, de un primer paso, al que le seguirá un segundo, que generará un camino. Esto quizá se pueda llamar método sin demasiados problemas. Y es así como hemos llegado a una llave para abrir puertas que normalmente están cerradas: el método.
Reconozco que lo anterior no es ningún método, pero quizá sí una propedéutica del mismo. Es un primer paso, y dije que de eso se trata. El primer paso es común, el resto es una encrucijada a la que invito a enfrentarse.