Hannah Arendt

«El mal, en el Tercer Reich, había perdido aquella característica por la que generalmente se le distingue, es decir, la característica de constituir una tentación. Muchos alemanes y muchos nazis, probablemente la inmensa mayoría, tuvieron la tentación de no matar, de no robar, de no permitir que sus semejantes fueran enviados al exterminio (que los judíos eran enviados a la muerte lo sabían, aunque quizá muchos ignoraran los detalles más horrendos), de no convertirse en cómplices de estos crímenes al beneficiarse con ellos. Pero, bien lo sabe el Señor, los nazis habían aprendido a resistir la tentación».
Se encuentra en «Eichmann en Jerusalén», y puedo decir que literariamente es bello, históricamente es cruel y duro, y que objetivamente es absurdo. Pero no me llevo a engaño a pesar de la tentación -sí, aquí también tentación-, de calificar tales hechos y tal vuelta del bien y del mal, como algo inhumano. De hecho y por desgracia, fue terriblemente muy humano, muy propio de lo que somos capaces, ayer, hoy, y siempre.

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