Sangre fresca

No por casualidad calé al instante al chico andrajoso, o era un ladronzuelo de mierda, o disimulaba muy mal no serlo. Comencé a seguirle nada más cruzarme con él en el metro, sus ojos buscaban carne fresca a la que birlar una cartera incauta, un móvil de esos de la hostia, o cualquier tesoro menor en forma de maleta, bolso, cámara… ya sabes, todas esas porquerías de las que luego apenas sacas provecho y sí mucho trabajo para deshacerte de ellas. El caso, y a lo que iba, que en mí desde luego no se iban a fijar esos ojos pequeños, feos y desconfiados, por lo que pude ser descarado hasta el insulto, y le seguí como una sombra sin preocuparme demasiado. Una sombra para una sombra, pensé divertido.

A escasos dos metros de mí, en las escaleras mecánicas de Callao, intentó meter mano a una viejecita que por supuesto saltó como un resorte, el muy idiota no sabía que las abuelas son para maestros, si acaso. Se armó bastante revuelo con los gritos de la vieja, pero los dos nos pudimos escaquear, si bien el mocoso con menos susto que yo, porque me pareció reconocer a un antiguo compañero incapaz de seguir el rastro a un elefante, pero no ciego, y pensé que me había visto. Por suerte el idiota fui yo, porque sí que me había mirado, pero no se trataba de aquél incapaz que pensé, por lo que seguí al ratero sin mayor contratiempo.

Su segundo intento fue en la línea 6, tan gris como él, en un vagón atestado de corderillos. Al principio pensé que esta vez iba a elegir bien, y casi le estropeo la suerte cuando algo dentro de mí me dijo que alzara la voz. Como te puedes imaginar, estuve a punto de descojonarme, pero al final me contuve y ni sonreí, ni lancé el alto. El muy idiota en cambio, se estropeó el sólo la faena al subirse su agujereada capucha roja con la que terminó de llamar la atención. La víctima era lela a más no poder, y siguió sin encendérsele el más mínimo sentido común, pero al parecer, su hija, o sobrina, o lo que coño fuera, echó mano al bolso cuando el chico encapuchado pasó por delante. Fue divertida la mirada que ella le clavó a la frustrada rata, como diciéndole, no con ella, cabrón. Pero más quisiera él llegar a cabrón, pensé mientras nos bajábamos en Cuatro Caminos.

Ahora le notaba sumamente nervioso, si es que alguna vez había estado tranquilo. Quizá le llegara la hora de rendir cuentas a su matón particular, y no tenía nada con lo que parar sus puños, por lo que la desesperación comenzaba a llamarle. O quizá fuese otra la razón, vete tú a saber, pero el caso es que mi intuición me dijo que el crío se la iba a jugar, aunque no lo tuviera claro, y yo siempre hago caso a mi instinto. Le adelanté en esas escaleras eternas permitiéndome el lujo de empujarle como quien no quiere la cosa al pasar a su lado. Me miró con cierto odio y estuve a punto de parar a escupirle, pero ya ajustaríamos cuentas en breve. Me di prisa y busqué la salida que debía, esperé, confiado.

El chico no tardó en aparecer, iba con la capucha atrás y sin poder disimular que deseaba echar a correr. Sus ojos cantaban victoria, y miedo, pobrecito. Pasó el torno con torpeza y salió a la calle. Le seguí. Ahora sí fui cuidadoso y encubrí mi vanidad, no quería fallar. El puto mocoso ladrón de mierda siguió la ruta clásica camino del callejón que ya conoces, el infeliz quería gozar a solas de su tesoro. Me desvié, yo quería cruzármelo de frente.

Contaba embobado los billetes cuando le rompí la cara, ni siquiera me vio llegar. Cayó al suelo sin protestar demasiado, todo un detalle por su parte. Apenas cien cochinos euros era todo el botín, sólo arreglar esos dientes ahora valía bastante más, pero ya sabes, uno no hace este tipo de cosas por el dinero, el placer, el deleite, el sentirse lleno de mal y aceptarlo gustosamente, es una recompensa inigualable.

Hubo un poquito más, debes saber que el muy idiota tuvo un ataque de coraje, y aunque la sangre le llenaba los ojos y la boca, se revolvió e intentó clavarme una navajilla. Sólo sirvió para que mi chaqueta se abriera con el forcejeo y el mocoso descubriera el terror cuando vio mi placa. Se paralizó de lleno y pensé en una medida drástica llevándome la mano a mi amiga no reglamentaria. Un segundo más tarde me acerqué realmente mucho a su cara deshecha, casi le dije algo sobre la carne fresca, casi le di un consejo, pero me limité a sonreír con mi mejor cara de malo. Sus ojos llenos de sangre gritaban que no hacía falta más.

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