La acacia

Cuentan y cantan con sabias palabras que los árboles mueren de pie. Si les dejan… me atrevería a añadir con amargura. Pero lo que tengo claro es que nadie ha contado ni cantado jamás la historia de mi acacia. En parte porque la planté ayer, una preciosa acacia raddiana, pero especialmente porque su vida sólo se ha desarrollado en mis sueños. Sueños, que por otra parte, tienen la mala costumbre de ser poco agradables, y lo que es peor, de convertirse en realidad.

Por suerte o por desgracia, la realidad de lo que acabo de soñar, la muerte de mi acacia, aún dista mucho de producirse. Llegará cuando sus raíces hayan desgarrado la tierra por dentro hasta profundidades inauditas. Llegará cuando su tronco haya sobrevivido a infructuosas talas, quebrando todos los dientes de sierra que quisieron morderla. Llegará cuando su dura corteza le haya salvaguardado de grandes incendios, masacrando a compañeros y dejándola en soledad. Llegará después de haber visto caer de sus ramas a los últimos pájaros libres. Llegará cuando el hombre haya desaparecido de la Tierra desde hace siglos, y no preguntéis cómo ni cuándo, pues no os gustará oírlo, y no lo podríais ni imaginar. Llegará cuando desde hace mucho tiempo sea el último ser vivo digno de apreciarse, que habite el planeta, aún hoy con vida, para entonces ya moribundo.

Llegará, llegará cuando la Tierra definitivamente se salga de su eje de traslación y se pierda en el frío espacio, pasando de ser un planeta a un simple asteroide errante. Será entonces, una vez que todo eso haya pasado, cuando por fin mi acacia decidirá morirse. Y lo hará tranquila, sin llantos, orgullosa, y por supuesto, de pie.

En memoria del Árbol del Teneré, que sólo la mayor plaga de la Tierra pudo derribar

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s