«El séptimo sello» 1957.
Los derroteros del tiempo han querido que cayera en las manos de Ingmar Bergman y en un ciclo de su cine, pero el recuerdo me ha dicho que antes de empezar, volviera a visualizar la única película suya que había visto. Por suerte mi recuerdo no se equivocaba y volver a ver «El séptimo sello» ha sido todo un espectáculo, una elevación del alma que casi se me escapa de donde esté para poder contemplarla por primera vez en mi vida, y encontrar el sentido que afanosamente busca el caballero Antonio Block. Por supuesto no lo alcancé, pero debo decir que entre éste y Juan el escudero, llevan a la película a cotas difícilmente imaginables hoy, al menos para mí, pues se presentan todas aquellas cuestiones que me atenazan; el sentido, la muerte, la nada… y la risa.
Porque lo que provoca esta entrada es el sorprendente humor, y es que en la escena donde el juglar simula su suicidio para escapar del tonto herrero, veo nada más y nada menos que buena parte del cine cómico de Woody Allen, con esos juegos a la metarrealidad, con esa comicidad que hace dar protagonismo al espectador, y que desde luego no esperaba. Se podría decir que para mí fue la guinda de un pastel que gracias a mi frágil recuerdo volví a disfrutar, tal vez, más incluso que la primera vez. Seré más maduro que entonces, o la muerte me habrá aventajado en demasiados movimientos de la partida de ajedrez que es la vida, y estaré más cerca de la guadaña de lo que quisiera. Espero que antes de que acabe, encuentre lo que Block, la oportunidad de redimirme. Aunque bien pensado, prefiero el valor sin complejos y desafiante del escudero Juan:
«Sécate las lágrimas y mira el fin con serenidad. Hubieras gozado más de la vida despreocupándote de la eternidad, pero es demasiado tarde. En este último instante goza al menos del prodigio de vivir en la verdad tangible antes de caer en la nada».