El conde de Montecristo

Me conformaría, no ya con crear un personaje la mitad de vivo e inmortal que Edmond Dantès, sino la mitad de la mitad de genial, a pesar se su función de «secundario», del abate Faria. Bien sé que no me conformo con poco.
     «-En qué piensa? -preguntó el abate sonriendo y creyendo que el ensimismamiento de Dantès se debía a una admiración llevada al más alto grado.
      -Pienso en primer lugar en una cosa y es la enorme cantidad de inteligencia que ha tenido que emplear para llegar al punto a que ha llegado. ¿Qué no habría hecho usted libre?
      -Nada, quizá. Este exceso de mi cerebro se habría evaporado en futilidades. La desgracia es necesaria para perforar la algunos túneles misteriosos escondidos en la inteligencia humana, y para hacer estallar la pólvora se necesita presión. El cautiverio ha reunido en un solo punto todas mis facultades diluidas acá y allá, se han entrechocado en un espacio reducido y, como usted sabe, del choque de las nubes surge la electricidad, de la electricidad el rayo, y del rayo la luz.
      -No, yo no sé nada -dijo Dantès abatido por su ignorancia…»
Pero lo sabrás, porque para eso están los maestros abates Faria, para salvar, para enseñar, para engrandecer. 

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