Está claro que exagero y, del mismo modo, me importa un bledo, pero estoy enamorado del cine canadiense.
No quiero ser serio en ningún momento más que nada por humildad y desconocimiento, pero lo cierto es que, ¿cuántos títulos canadienses he podido ver? Digamos que cinco o seis de los cuales tres me han dejado una sonrisa enorme o un poso profundo; «Jesucristo Cazavampiros»; «Leolo», y «The Trotsky». La última acaba de terminar para mis pupilas, y vaya si me ha gustado, tanto que me ha producido el poso y la sonrisa.
Ni siquiera la recomiendo especialmente porque en muchos sentidos, está hecha para mí; es como esa maravilla de libros en las que el autor parece que se centra en un lector único y te hace sentir especial. A veces incluso en la película, hasta molesta «que me haya robado» un par de ideas, pero en definitiva vuelvo a sonreír y el asunto se pasa. Revolución, historia, peculiaridad canadiense (comparen si no el actuar de los policías con el típico cine estadounidense), y humor, si a alguien que lea esto le interesa alguno de esos puntos, probablemente pasará un buen rato.