Ayer recibí el libro. Leones de las grandes ciudades, con una foto tuya, tu dirección y tu nombre. No sé cómo te las has ingeniado para localizarme pero ya son dos veces en las que me has salvado la vida, y el único modo que tengo de agradecértelo es escribiéndote esta carta.
Te escribo en los pocos momentos de lucidez que me dejan conservar. Al parecer, tras el incidente que me trajo aquí he seguido con episodios alucinatorios. Yo no consigo recordarlos a pesar de mi esfuerzo. Por suerte lo que no puedo olvidar es nuestro fugaz encuentro. Y esto es lo que quiero contarte, porque necesito desentrañar quién es el que está loco, si lo estoy yo, si lo estamos los dos, o si son todos los demás.
Cuando el león de piedra saltó de la peana sentí que se rasgaba el frágil equilibrio que como una fina piel transparente y viscosa, me había protegido en los últimos meses. Al sentirme roto en mitad de aquel cruce, en mitad de la ciudad, solo pude pensar o que estaba soñando (lo descarté de inmediato), o que me acababa de volver loco (tomar conciencia de esa posibilidad resultaba paradójico), o que la realidad era tan descabellada como apuntaban los hechos de mi vida (no pude negar la fuerza de esta idea). A todo esto el león, que dio varias vueltas al monumento como para animar a sus congéneres pétreos, se cansó de intentarlo y al ver que no le seguían, lanzó un rugido que atronó duro y rocoso, y que terminó por paralizarme.
Todo lo demás fue tan rápido, como poco inteligente por mi parte. Comencé a gritar: «¡El león, el león!». Y por si fuera poco me dediqué a señalarlo con el brazo, la única parte de mí que fui capaz de mover en esos momentos. La gente entonces comenzó a pararse en las aceras, y pareció sentir más curiosidad por mis gritos que por el animal. Este coincidió en el interés y me miró con sus ojos duros, como si me censurara por los gritos. Callé pero ya era tarde.
El enfurecido león inició una salvaje carrera hacia mí. Reparé preso del pánico cómo recortaba cada metro con sus poderosas patas, sentí temblar el asfalto, observé su melena de piedra ondear al viento, percibí el salivar de sus fauces, vi su enorme lengua marrón ladeada a su derecha a causa de la velocidad, y el miedo me inundó y me llenó como difícilmente puede llenarse e inundarse algo.
El asombro y el miedo me habían hecho enmudecer, pero aún pude escuchar a la gente gritar que me apartara, oí sin entender, palabras como “cuidado”, “atropello”, “ambulancia”, y tal vez de fondo escuchara sirenas, o eso es lo que me quieren hacer creer desde entonces, porque yo sólo vi con nitidez al león acercarse raudo hacia mí, listo para abalanzarse y devorarme con una dentellada en cuanto recorriera un par de metros más.
Cuando estuve preparado para su ataque, inmóvil y sin esperanza pero consciente de que no es el peor de los finales el morir devorado por un león de piedra en mitad de una gran ciudad, sentí el fuerte empujón que me arrancó del asfalto y prácticamente me hizo volar hasta la acera.
Por unos instantes y desde el suelo pude contemplar al león. Siguió su carrera sin volverse, sin prestarme ya mayor atención… y me sentí vacío. Momentos antes estaba a punto de perecer bajo algo misterioso, ahora me encontraba rodeado de personas que me llamaban “inconsciente”, “loco”, que me gritaban que si quería suicidarme no lo hiciera delante de niños, que me señalaban como una vergüenza para la sociedad, que pedían mi encierro y tirar la llave. De nada sirvió que tratara de explicarles que el león me había paralizado del susto, que yo no quería morir… atropellado. Si acaso lo estropeé todo aún más.
Finalmente llegó la policía y al poco una ambulancia. Cuando los agentes preguntaron por lo sucedido, mis explicaciones apenas contaron, los testigos oculares que aún quedaban dieron su versión y fueron creídos al instante. Tan solo tú guardaste silencio, tú que habías sido el héroe que me empujó, que arriesgaste tu vida para que el león no me devorase. Y aún te acercaste a mí cuando me subían a la ambulancia, y me dijiste al oído: «Yo también vi al león de piedra». Y te alejaste, pero ya no estaba solo, y el vacío se llenó.
Por regla general no confíes en alguien que entiende tus alucinaciones.
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Simplemente, felices fiestas y año entrante, lo demás aleatorio en estas fechas. Cuidate
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Lo mismo para ti, Plared.
Aprovecho para comentarte que tengo en la editorial y en maquetación la segunda novela, y me encuentro corrigiendo algunas erratas y cuestiones de estilo de la primera, y que cuando termine, me gustaría hacerte llegar si te apetece, al menos la primera (la segunda solo si te quedas con ganas de leer cómo acaba la historia y no te resulta insoportable:)), para que le hagas una crítica y valores. Ya te comentaré, calculo que en algo más de un mes.
Un saludo, felices días.
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