Visto para sentencia

Corría la Edad de Bronce en la Antigua Grecia y en sus jóvenes dioses cuando el más poderoso de todos ellos, Zeus, amo del rayo y señor del Olimpo, decidió arrebatar el fuego a esos frágiles seres, nosotros, a los que gobernaba con voluntad caprichosa. El motivo, castigar al titán Prometeo, máximo benefactor de la humanidad, por una burla supuestamente imperdonable. El dios supremo regalándonos la oscuridad dejaba visto para sentencia su venganza. O eso pensó, porque el fuego, gracias precisamente al titán, volvería a los hombres. Zeus esta vez no tendría clemencia con el intrépido Prometeo y lo condenaría a suplicio eterno, pero también este, de la roca y el águila, sabría escapar.

Poncio Pilato, quinto prefecto de la provincia romana de Judea entre los años 26 y 36 d.C, dejó visto para sentencia el caso del judío que se proclamaba a sí mismo el Hijo de Dios, cuando permitió al belicoso pueblo que gobernaba, que hiciese con ese Cristo al que no quería juzgar, lo que se les antojase. Pilato se lavó las manos creyendo que nadie le juzgaría a él. Todavía hoy debe estar revolviéndose en la tumba.

El 22 de junio de 1633 en una sala del convento dominico de Santa María sopra Minerva, en Roma, Galileo Galilei, a la edad de 69 años, abjuraba de rodillas del modelo cosmológico heliocéntrico que había defendido en su Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo. La Santa Inquisición en particular, y la Iglesia en general, dejaban visto para sentencia la peligrosa herejía que nunca más les volvería a dar quebraderos de cabeza. O eso esperaban, porque dijera o no dijera Galileo por lo bajo «… y sin embargo se mueve», lo cierto es que desde entonces no nos dejamos de mover, tratando, unos de expulsar el fanatismo, y otros imponerlo.

El año que murió Galileo, 1642, nació Isaac Newton. Cuatro décadas más tarde, en 1687, verían la luz los Philasophiae naturalis principia mathematica, por suerte también llamados simplemente los Principia. Fueron tres libros donde se contenían los fundamentos de la física y de la astronomía, explicados en un lenguaje de geometría pura. Newton conseguía dejar visto para sentencia la concepción matemática del mundo. Después de su hazaña, en Física solo sería posible escribir notas a pie de página de los Principia… Y sin embargo hemos visto que ni siquiera Newton puede tener toda la razón.

«De lo que no se puede hablar hay que callar». Así termina Ludwig Wittgenstein su Tractatus Logico-Philosophicus, redactado en 1918. Con esa frase lapidaria se quiere dejar vista para sentencia toda la Historia de la Filosofía, o al menos, toda la que se encuadra dentro de lo que podemos llamar metafísica, o lo que vendría a ser lo mismo, las investigaciones de la idea de dios, del alma, y si se me apura, de la libertad. Pero la Filosofía es un monstruo de mil cabezas como no puede ser de otro modo al venir de nosotros, y ni siquiera el genial vienés pudo privarse a lo largo de su vida, de seguir hablando sobre aquello de lo que no se puede hablar.

1992 alumbra entre otras muchas cosas, The end of History and the Last Man. En sus páginas Francis Fukuyama expuso que la Historia, como lucha de ideologías, había terminado. A partir de entonces, según el autor de esa supuesta conclusiva obra, la democracia liberal se imponía como única alternativa y realidad posible. Al documentarme para ser lo más fiel posible a los datos que he ofrecido, descubro que a estas alturas el propio Fukuyama reniega de la corriente neoconservadora donde se fundamentaba su tesis. Poco más cabe decir al respecto.

Finalmente, no hace mucho nos dijimos adiós. La vida me mostró sus fauces, se rió de mí y me gritó que lo nuestro quedaba visto para sentencia. No niego la lógica, tampoco tristeza y la desolación, pero también sonrío. Me atrevo a retar a la misma muerte mientras coloco nuestras nomeolvides sobre tu lápida.

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[Publicado originalmente en DeKrakensySirenas, @krakensysirenas el 15.09.15]

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