Poco antes de viajar a Grecia, la guía que hojeé en la biblioteca de mi ciudad natal me hizo saber que existía este libro del periodista y escritor Javier Reverte. La noche antes de poner rumbo a Atenas, comencé a leerlo y supe que me había echado un gran compañero de viaje. Ahora que lo he terminado ya de vuelta en España, puedo decir que Corazón de Ulises es un libro inmenso por todo lo que cuenta y sobre todo por cómo lo cuenta.
El juego de espejos que se produjo mientras leí buena parte de la obra fue el siguiente; un escritorcillo como yo viaja a Grecia, mientras lee sobre un escritor periodista que narra su viaje a los lugares donde llegó el corazón del espíritu griego (lo que le lleva no solo a Creta, no solo a Atenas, no solo o a Ítaca, sino también a Turquía, allí se encuentran enclavadas las ruinas de la mítica y real Troya, o a la Alejandría de Egipto), y lo hace entremezclando el presente con el pasado glorioso de ese corazón clásico que levantó los cimientos de la civilización occidental a través de acontecimientos irrepetibles como Homero, el siglo de Pericles o Alejandro Magno, por resumir mucho e injustamente.
«Todos somos griegos», es una máxima que es un verso del poeta inglés Shelley, rescatada y repetida por Reverte a lo largo de sus más de quinientas páginas en su viaje por el presente (o mejor, por su pasado reciente, pues tuvo lugar en el ocaso del siglo XX, cuando todavía nos coronaban las pesetas y los móviles e internet no dirigían nuestras vidas) y por el pasado ancestral y glorioso de la civilización griega, mostrando hasta qué punto esa frase es verdad y demostrando por qué lo es.
Si quien me lee aquí y ahora tiene afición por la Historia, la filosofía, la literatura o los viajes, gustará de este libro. Si es un apasionado del mundo helénico, adorará la obra. Quemará sus páginas, en el mejor de los sentidos metafóricos, recordando y recorriendo la mitología, las aventuras de Aquiles u Odiseo, o la historia de espartanos y atenienses contra los persas y contra ellos mismos.
Javier Reverte demostrará a través de su pluma y su viaje, algo que a menudo se olvida: la magnificencia del proyecto civilizatorio griego, un proyecto que se extiende por el tiempo, como mínimo desde los poemas homéricos allá por el 850 a.C., hasta que el Imperio Romano oficializa el cristianismo como la religión oficial del Estado en el 313 d.C. Ahí van, se dice pronto, mil años largos, pero es que la Guerra de Troya parece haber tenido lugar trescientos años antes de Homero, pero es que la Biblioteca de Alejandría se consumió en el 415 d.C., pero es que como ya se ha dicho, todos somos griegos todavía hoy. Y lo somos porque estamos en deuda con ellos en buena parte de nuestros mejores logros, léase literatura, o filosofía, o esa cosa con la que tantos se llenan la boca y que llamamos democracia.
Y no lo digo yo, y no lo dice Javier Reverte, y no lo dicen los miles de especialistas que a lo largo de los siglos se han enamorado de Grecia, lo dicen los templos, las esculturas, las obras literarias, los saberes… que a pesar de lo mucho que por desgracia hemos perdido, conservan todavía hoy el espíritu griego en pie.
Gracias a obras como Corazón de Ulises, el espíritu griego es honrado como se merece. Solo puedo terminar diciendo que si pueden viajar a Grecia, viajen a Grecia, y que si pueden apartarse entre sus ruinas de nuestro ruinoso presente, tal vez logren sentir a su lado la presencia del caprichoso Zeus, del divino Homero, del astuto Odiseo, o del joven Alejandro, y con esas presencias a su lado, tal vez vislumbren que el ser humano fue ya entonces extraordinario y que el corazón helénico puede alumbrar todavía nuestros laberintos actuales.