Mi primera vez con Gide se la debo a La Cuesta de Moyano, ese monumento madrileño a la literatura, que son las casetas de venta de libros de segunda mano que se apostan desde hace décadas junto al Jardín Botánico y a pocos pasos de El Retiro. Compré la novela en uno de los puestos, a pesar de creer que no encontraría tiempo en meses para atacar su historia medianamente voluminosa, pero ya se sabe, uno hace planes y luego la realidad lo que le da la gana. Así que llegó mi segundo confinamiento de este 2020 y pude hincarle los ojos con calma.
La novela retrata a un amplio abanico de personajes de diversas edades, pero todos pertenecientes a una clase media-alta, en el París ocioso de entreguerras y vanguardia. El hilo conductor será Edouard, un escritor que reflexiona en su diario sobre la posibilidad de escribir una novela que viene a confundirse con los hechos que pasan en su realidad. Edouard tendrá una especie de archienemigo, el conde Passavant, que por supuesto también será escritor. Ambos pelearán por el afecto de diversos jóvenes, en especial de Olivier, sobrino de Edouard, y Bernard, grandes amigos que están a punto de terminar el instituto sin saber qué hacer con sus vidas, en especial este último, pues acaba de descubrir que es un bastardo y al comenzar la novela decide marcharse de casa.
Ese cuarteto inicia, desarrolla y termina las andanzas de los múltiples personajes que circulan por Los monederos falsos, pero ni mucho menos la agota, y es que sorprende la capacidad de Gide para meterse en la piel de todos sus personajes, independientemente de su edad, y ver cómo les extrae el jugo con un acierto incontestable. Con todo, no quiero mentir a posibles navegantes, y debo advertir que por momentos tuve que pisar páginas bastante áridas, que por suerte, eso sí, siempre compensé con la llegada a fragmentos y escenas brillantes.
No puedo despedir esta reseña sin decir que en la novela habita una profunda carga homoerótica entre los cuatro personajes arriba mencionados, flotando de principio a fin con diferentes ramificaciones. Tampoco, que el retrato que hace del grupo de pre-adolescentes, uno de ellos el hermano pequeño de Olivier, es duro, cruel, nada gratificante, pero tremendamente acertado y si me apuran, terriblemente actual.
Finalmente recomiendo para quien se anime a leerla, que tenga algo de disciplina, que no la abandone al primer contratiempo, creo que alcanzará su recompensa y agradecerá el esfuerzo. Y si no es así, cosas peores hay en este mundo que pasar las horas leyendo una buena novela de un gran escritor, aunque no a disgusto, eso nunca.
