Fíjese en que antes de la aparición de la novela como género literario dominante, la narrativa sólo trataba de hechos extraordinarios o alegóricos, con reyes y reinas, gigantes y dragones, virtudes sublimes y males diabólicos. Naturalmente, no había peligro de que se confundiese eso con la vida. Pero tan pronto como la novela empezó a abrirse camino, en cualquier momento se podía coger un libro y leer sobre un tipo llamado Joe Smith que hacía exactamente las mismas cosas que hacía uno. Muy bien, ya sé lo que me va a decir; va a decirme que aun así el novelista tiene que inventar muchas cosas. Pero ésa es precisamente la cuestión: se han escrito un número tan extraordinario de novelas durante los dos últimos siglos que casi han agotado las posibilidades de la vida. De modo que todos nosotros, ¿comprende?, estamos en realidad viviendo hechos que ya han sido escritos en alguna novela. Claro que la mayoría de la gente no se da cuenta: se imaginan, inocentemente, que sus pequeñas vidas son únicas… Mejor así, porque cuando uno cae en la cuenta, la sensación es muy molesta.
David Lodge