Fantasías colaterales

Es difícil saber cuándo termina el placer y cuándo comienza el dolor, pero lo que está claro es que conviene saberlo. «De haberlo sabido», ese suspiro que casi siempre llega tarde, salió más de sus entrañas que de sus labios. Luego llegó la discusión, mi huida, los copos.

Al igual que conviene conocer en qué lado del límite hay que estar, también es recomendable posicionarse en el lado correcto de la ventana. Quiero decir, no es lo mismo estar dentro que fuera; mejor ver la tormenta bajo techo, mejor sentir el terremoto al aire libre. Pero ni ellos ni yo supimos elegir bien.

O mejor todavía, más que elegir bien o mal, muchas veces no elegimos, y nos dejamos llevar, por lo que las elecciones terminan por tomarnos a nosotros, por no decir que nos atropellan. Con siete años te lo puedes permitir, con quince empieza a pesar, a mis treinta ya es una losa…

Pero llevo una eternidad aquí plantado y todavía no he dicho nada que valga la pena, si por valer la pena consideramos no morirse de frío. Porque aquí estoy, desnudo, en la calle, mientras nieva. Mientras los vecinos poco a poco comienzan a incorporarse al sainete, mientras intento llamar la atención de la pareja que discute y discute tras la ventana del primero por la que escapé, mucho antes de tiempo, en un acto de estupidez supina, cuando vi cómo esgrimían un par de cuchillos.

Porque joder, que se odien si quieren, que se queden el dinero que me prometieron los dos, que allá ellos con sus fantasías mal avenidas, pero por favor, vuelvo a gritar: ¡Devolvedme la ropa y las llaves!


Marte y Venus descubiertos por Vulcano,
Alexandre Charles Guillemot, 1827.

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