Ada escuchó el timbre y su cuerpo tembló como un junco azotado por una repentina racha de viento. La cita a ciegas con un taxista que le había organizado su hermana aguardaba al otro lado de la puerta. Hacía dos años que no salía con un hombre, cuatro desde su último y desastroso encuentro sexual, seis desde el fatídico accidente.
Pensó en encerrarse en su dormitorio, pero no lo hizo; en no abrir la puerta por mucho que sonara el timbre, pero la abrió tras dos ráfagas de insistencia; en rogar al taxista que se marchara, pero le resultó encantador a primera vista. Ada pensó en no defraudar a su querida hermana y logró balbucear, hola, adelante…
A un mundo de distancia, Zaida se retocaba el maquillaje en el espejo del baño. Su novio se impacientaba a cada segundo. Cuando Zaida regresó por fin a la mesa que habían reservado en el restaurante, el joven confesó que llegó a pensar que ella se había fugado sin pagar la cuenta, y que era mentira todo lo que le había contado en los últimos meses.
Zaida miró a su joven amante, valoró si no había confiado demasiado en él y finalmente le dijo que no fuera idiota, que a esa hora su querida hermana sería feliz, y que no olvidara que ellos debían celebrarlo.
Feliz es una palabra demasiado ambiciosa, pero la ilusión sí que empezaba a cosquillear la epidermis de Ada. El taxista se había mostrado sensible durante la ensalada y atento durante el risotto. Además, parecían compartir intereses comunes y tal vez, pensó Ada, no tenga prisa en acostarse conmigo.
Todo marchaba incluso mejor de lo soñado hasta que el taxista, con un tono de voz completamente nuevo, le preguntó si conocía bien a su hermana. Cuando Ada dijo que sí, que por supuesto, que por qué se lo preguntaba… de esa manera, él sonrió.
El joven se encontraba desnudo y exhausto. Zaida estaba en la ducha. Nunca la había visto tan salvaje ni tan excitada. Por su parte, la culpa y el arrepentimiento crecían en él a cada segundo, daba igual el punto de vista que adoptase, era cómplice de lo ocurrido.
Comenzó a vestirse con prisa tras recordar la primera vez que Zaida le había contado el plan. Él no pudo evitar preguntar por qué. Por qué va a ser, contestó Zaida sorprendida, por dinero. Luego añadió, el accidente de papá salió bien, pero no conté conque Ada sobreviviera, ni mucho menos conque el muy cretino ya le hubiera dejado a ella encargada de mi parte.
Ada temblaba de la cabeza a los pies. El sicario le tendió una infusión a la espera de que se tranquilizase. El falso taxista había decidido romper uno de sus códigos para salvaguardar otro. Y creía hacer lo correcto, aunque la situación se le podía escapar de las manos.
Después de dar un sorbo a la infusión, Ada preguntó por fin, mientras fijaba sus ojos en los del hombre, que por qué se lo había contado. El sicario se pensó mucho la respuesta, hasta que al final dijo, porque eso no se hace entre hermanas. Tras sostener la mirada de quien hubiera tenido que ser su víctima, añadió, salvo que empiece la otra.
Zaida salió pletórica y perfumada del baño y no dio importancia a la ausencia de su novio. Canturreaba mientras tomaba la decisión de echarse otro amante, uno quizá no tan guapo ni tan joven, pero sí más decidido. Tal vez el taxista quiera cenar conmigo, pensó, encajamos como billete al banco.
Llamaron a la puerta, se puso un albornoz y fue a abrir. Vivía tan alejada de la realidad en los últimos meses, que no se preguntó quién podía ser a esas horas. Cuando se topó de frente con aquella sonrisa, tardó un momento en comprender que los planes no salen como uno quiere.