La soledad del corredor de fondo, Alan Sillitoe

Un año y varios meses más tarde de la recomendación del escritor y profesor de literatura, Rafael Ruiz Pleguezuelos, del que por cierto da gusto leer todo lo que escribe (aquí su tuiter @rpleguezuelos), cayó por fin en mis manos La soledad del corredor de fondo, que empecé a leer como si se tratara de una novela, hasta que cerca del final del primer relato, descubrí que no, que no una, sino varias serían las historias que me llevaría por premio.

Ese hecho, que el título de un relato sirva para una recopilación, puede llevar a pensar que el resto quedan varios peldaños por debajo en cuanto a calidad. Sin embargo, no es el caso y si el relato de La soledad del corredor de fondo es realmente bueno, encontré otros muchos tesoros entre sus páginas.

La obra en su conjunto habla de las múltiples formas de perder que tienen la clase obrera y los desfavorecidos en general y, de cómo la sombra de soga de la pobreza en torno al cuello, genera ruindad y violencia, pero también, meritorias maneras de integridad y honradez que pueden alcanzarse a pesar de todo.

El libro fue publicado a finales de la década de los 50 del siglo pasado y se circunscribe a una Inglaterra sombría, repleta de personajes al borde del precipicio, enfrascados en una realidad gris donde apenas hay escapatoria y donde a veces, ni siquiera, un té a las cinco.

Como ya dije, abre la colección La soledad…, un relato escrito en primera persona, recurso que utilizará Sillitoe por otra parte a menudo, con lo que el autor imprime un sello empático hacia los personajes protagonistas. Aquí, un adolescente, carne de reformatorio, cuenta cómo ha llegado a su encrucijada particular y a la toma de decisión que se obliga por unos principios que, quizá no sean los mejores, pero que al menos son suyos.

Una vez constaté que Colin Smith, el adolescente corredor de fondo, no me acompañaría más en el viaje, vine a degustar auténticas joyas inesperadas que, eso sí, nunca son optimistas ni alegres. Por ejemplo, Tío Ernest, donde su protagonista intenta escapar de su exclusión y del alcoholismo, pero donde la lógica le empuja a ellos. O Una tarde de sábado, donde un niño ayuda a un adulto en su intento de su suicidio. O El Arca de Noé, donde el naufragio de una relación encuentra con los años una tabla de náufrago que finalmente se hundirá también.

Los relatos de Allan Sillitoe, como apunté más arriba, se encuadran en una época muy concreta, pero como toda gran obra, llega a lo universal a partir de su reflejo en lo individual. Y aquí y ahora más si cabe, pues uno encuentra en su época de crisis lo que por desgracia es un correlato perfecto de nuestros días. Es lamentable comprobar cómo cambian los tiempos, pero no los problemas y tampoco las angustias que suscitan.


9788415578369.jpg

Mierda bonita, Pablo Gisbert

Nada más escuchar su título ya supe que quería leerlo. Y una vez que lo he hecho, sé que lo releeré en breve. Mierda bonita es una obra deslumbrante y por momentos perturbadora, que aconsejo desde su primera página hasta sus últimas consecuencias. Así comienza su primera historia: «Un chico quiere ir a un cuarto oscuro para que se lo follen». Y así termina la última: «… y archivaron el caso como un suicidio de artista».

Sigo con una de las primeras reflexiones que me provocó la lectura del libro: odiar al autor. Pablo Gisbert, que tiene un año menos que yo, tiene también una escritura tan fresca como profunda, y sí, la envidia me invadió. Por suerte, solo tuve que seguir leyendo y rendirme a su talento para perdonarle.

Supongo que para las editoriales esta obra es un problema, un quebradero de cabeza, acostumbradas como están a encasillarlo todo para vender su producto manufacturado y poder ponerlo en la casilla correspondiente de la tienda, pero yo agradezco siempre el compuesto cuando el resultado merece la pena y Mierda bonita vaya si lo merece.

Al acabar su lectura todavía no tengo claro si se trata de una colección relatos, de ensayos, de performances para su representación, o incluso de puras provocaciones. Lo más sensato es decir que hay de todo ello y mucho más. Lo mejor, llamarlo como se hace en la introducción, los textos reunidos del autor.

Unos textos donde te golpeas, y yo al menos lo agradezco, con y contra el siglo XXI. Resulta que existen infinidad de obras literarias que reflexionan sobre el XX, pero mientras leía Mierda bonita pensaba que nuestro tiempo estaba encerrado en sus páginas. O al menos algunas de sus cuestiones acuciantes, como la sexualidad en sus márgenes, la depresión, o la deriva sin retorno que vivimos.

Sí, estamos ante un libro que mete el dedo bien hasta el fondo en las llagas, sin compasión alguna, con un talento especial para recrearse, detenerse y expandirse en los límites de los problemas de nuestra sociedad. Los mira a la cara y el resultado es, efectivamente, mierda bonita.

Lamento su brevedad, pero agradezco el resto, es una obra fiera, ágil, valiente, que transmite dura sinceridad y que por supuesto deja huella. Advierto, la mosca de su portada no te deja una vez has terminado con su última página.


 

M BONITA 509.jpg

La conjura contra América, Philip Roth

En proceso de remodelación de mi blog en el que será su tercer gran salto desde que nació, allá por un lejano otoño berlinés de 2007 y, tras un parón de meses por el que me merezco la admonición que cada cual considere, vuelvo a vosotros con la sección que durante el año pasado más disciplina y placer me supuso, a la que espero volver a partir de ahora sin fisuras ni abandonos y que no es otra que la de la crítica de libros.

Entrar en una biblioteca y encontrarme a Philip Roth de frente es una tentación que no puedo evitar y en la que una vez más caí con todas las consecuencias, no recuerdo el motivo por el que estaba en el expositor, pero me importó poco y en seguida hice la suma pertinente, que me lo pudiera llevar y que no lo hubiera leído antes, dados los sumandos de manera efectiva, el resultado no pudo ser otro, el libro que iba a buscar no lo tenían, pero el viaje no había sido en balde. Nunca hay viaje baldío a una biblioteca.

Ya en la tentación, me entregué a su prosa a pecho descubierto. Reconozco que al principio me costó, pues la novela parecía poner todo el peso en la vivencia norteamericana-judía que caracteriza su obra, cuando a mí me interesa más su lado y sus derroteros libidinosos. Con todo, el atractivo de tenerle a él como protagonista (siendo un niño de unos ocho años) y a su familia, en Newark, dónde si no, me hizo avanzar hasta que me atrapó sin remedio. El precio que se paga con Roth siempre es realmente sugerente.

Puesto que vivimos en una sociedad anti spoilers, y puesto que hay un elemento clave a este respecto, poco diré a la hora de calificar y definir la novela ante la que estamos y del mismo modo, me prohibiré reflexionar sobre esos aspectos. Solo me limitaré a decir que según avanzaba me contuve de acudir a otro tipo de fuentes para ampliar los conocimientos históricos que con su lectura iba adquiriendo. Al final, el propio Roth se marca unos apéndices que desvelan y reúnen esas fuentes de información que se precisa.

En La conjura contra América tenemos al genio en el pleno esplendor de su prosa, jugando como él sabe hacer de una manera hipnótica con la Historia, con su biografía y con el lector. Un relato bien escrito es siempre un relato verosímil, convincente y poderoso. Así que solo puedo recomendarles que se dejen llevar por la procelosa Norteamérica previa a su participación en la II Guerra Mundial, descubrirán episodios sorprendentes que desconocían, y al final de la novela, tal vez duden, como me ha pasado a mí, entre odiar o amar a Philip Roth.

Aunque les seré sincero, en mi caso la disyuntiva la resolví al instante y con toda facilidad. Yo siempre me arrodillo ante el escritor Philip Roth, para darle las gracias por la obra que nos ha legado y nos ha regalado por los siglos de los siglos venideros, que no serán muchos al ritmo que vamos, pero ese relato, ya es otra historia.


EGM01699.jpg

El hombre del salto, Don DeLillo

Terminé de leer la novela y me dije que sí, que podía estar ante una obra maestra. Durante su lectura había pensado otras muchas cosas, ahí van algunas de ellas.

Don DeLillo es un escritor difícil, ya me lo había parecido en Fascinación, la primera obra suya que leí, donde el argumento gira en torno a la existencia de una película porno protagonizada por Hitler en sus últimos días de vida, y donde me costó en ocasiones seguir la trama. Pues bien, El hombre del salto ha venido a dejarme una impresión similar. Sus personajes y la estructura suelen ser en ocasiones difíciles de seguir y me exigió de vez en cuando volver atrás en la frase, en el párrafo, en la página. Sin embargo, me mereció la pena hacerlo. Vaya si lo hizo.

El hombre del salto no es una novela sobre los atentados del 11S que cambiaron el rumbo de la Historia, sino sobre el impacto que causó el acontecimiento en Keith Neudecker, que se encontraba en una de las Torres cuando se produjo el atentado, y en Lianne, su ex mujer, y en su hijo, y en el tipo que dará el título a la obra, y también, parte esencial, en uno de los terroristas que perpetraron la matanza. Es una obra que en definitiva profundiza en las vidas particulares de unos pocos personajes, para levantar un monumento sobre reflexiones y experiencias universales. Es decir, es pura literatura.

Será una obra tan descorazonadora, que llega a humanizar a un terrorista, Hammad. Este no será el fanático clásico que se nos ha enseñado para racionalizar su barbarie (sí lo será Amir, el líder de la célula), sino un ser humano que duda, que ni mucho menos cree ciegamente en la locura que está planeando hacer, y que sin embargo, ahí radica el mayor de los problemas, la hace.

En esta novela nadie tiene brújula y se sobrevive como se puede. No por casualidad, Keith recurrirá en última instancia al azar de las cartas, su hijo echará mano de la imaginación y la negación, y Lianne estará a punto de volverse loca. El hombre del salto, un artista callejero que realizará la sórdida y arriesgada representación de lanzarse al vacío sin apenas protección y jugándose la vida con cada actuación, tampoco tendrá precisamente respuesta alguna con su arte.

Creo que Don DeLillo en definitiva nos quiere mostrar una gran metáfora, la del salto al vacío que es la vida. A nosotros, nos corresponderá extraer algunos pequeños tesoros durante esa caída, para que la hostia merezca la pena. Y sin duda, la literatura es uno de esos tesoros.


Resultado de imagen de don delillo el hombre del salto