Fantasías colaterales

Es difícil saber cuándo termina el placer y cuándo comienza el dolor, pero lo que está claro es que conviene saberlo. «De haberlo sabido», ese suspiro que casi siempre llega tarde, salió más de sus entrañas que de sus labios. Luego llegó la discusión, mi huida, los copos.

Al igual que conviene conocer en qué lado del límite hay que estar, también es recomendable posicionarse en el lado correcto de la ventana. Quiero decir, no es lo mismo estar dentro que fuera; mejor ver la tormenta bajo techo, mejor sentir el terremoto al aire libre. Pero ni ellos ni yo supimos elegir bien.

O mejor todavía, más que elegir bien o mal, muchas veces no elegimos, y nos dejamos llevar, por lo que las elecciones terminan por tomarnos a nosotros, por no decir que nos atropellan. Con siete años te lo puedes permitir, con quince empieza a pesar, a mis treinta ya es una losa…

Pero llevo una eternidad aquí plantado y todavía no he dicho nada que valga la pena, si por valer la pena consideramos no morirse de frío. Porque aquí estoy, desnudo, en la calle, mientras nieva. Mientras los vecinos poco a poco comienzan a incorporarse al sainete, mientras intento llamar la atención de la pareja que discute y discute tras la ventana del primero por la que escapé, mucho antes de tiempo, en un acto de estupidez supina, cuando vi cómo esgrimían un par de cuchillos.

Porque joder, que se odien si quieren, que se queden el dinero que me prometieron los dos, que allá ellos con sus fantasías mal avenidas, pero por favor, vuelvo a gritar: ¡Devolvedme la ropa y las llaves!


Marte y Venus descubiertos por Vulcano,
Alexandre Charles Guillemot, 1827.

El beso a primera vista, supongo

Enamorarme es la única fantasía sexual que me falta por cumplir. Supongo que por eso no llevo ropa interior bajo el vestido rojo. Supongo que por eso voy a su encuentro. Supongo que no va a funcionar, pero eso nunca me detuvo.

El taxista, a través del espejo retrovisor, me mira excitado sin demasiado disimulo. A mis cuarenta todavía soy capaz de provocar un accidente. «La belleza será tu maldición, como lo fue la mía». He ahí la sentencia profética que mi madre me repitió hasta su muerte.

Mi madre tenía la mitad de años que mi padre cuando se conocieron, por eso tal vez estoy aquí y ahora; yo tengo el doble de años que mi amante. Lo cierto es que le confesé mi edad y no se asustó. Lo que no sabe es que soy rica, supongo que ese detalle sí habría sido un problema de verdad.

Mientras me retoco el maquillaje, el taxista se vuelve descarado, pero le ignoro y pienso en mi cita, en su ternura espontánea cuando hemos cambiado whatsapps, en su pretenciosa fe tardo adolescente, en su ingenuidad excitante.

Me gustó su atrevida, pero cándida propuesta; en mitad de la Plaza, cuando y donde más gente hubiera, sin habernos visto antes más que en un par de fotos borrosas, sin ropa interior… Entonces llegaría el abrazo y el beso tórrido. Lo del beso a primera vista me terminó de convencer, supongo.

Hace mucho tiempo que no tengo nada tórrido y no será por falta de escenas. Pobre taxista, si supiera con cuantos he follado y lo lejos que está de tener suerte por más que me mire así. Frente a la maldición que me preconizó mi madre por ser bella, preferí hacer caso a la advertencia de mi padre: «La moral es un cuento y hay cuentos buenos y cuentos pésimos». Los príncipes, por ejemplo, me acosté con varios y nunca tienen sangre azul. Los lobos, por ejemplo, bajo su aparente ferocidad suele haber ternura. Los finales felices, por ejemplo, eso sí que son un cuento.

Bajo del taxi cerca de la Plaza. Mientras taconeo supongo que ya habrá llegado junto a la estatua. Me prometió encaramarse al oso y acabar detenida si al final no me presentaba. Sabe hacerme reír y bien sé, que para morbo la inteligencia y el sentido del humor.

La veo al pie de la estatua, me ve, nos reconocemos sin dificultad a pesar de la marabunta. Nos sonreímos y nos damos prisa en acabar con la distancia. Le dije que podía ser cruel y, cuando llega el momento, le niego el beso en los labios y le doy uno en la mejilla, casto, muy casto. Tiene unos ojos bonitos y un cuerpo que estoy deseando recorrer. «El beso ha sido, todavía, mejor de lo esperado», dice ella muy segura. Siento que es un buen principio para cumplir mi fantasía sexual.