Hay pocas cosas más deliciosas que el baile final entre Zorba (Anthony Quinn) y Basil (Alan Bates) en “Zorba el griego”, o que el Sísifo de Camus cuando contempla victorioso como rueda su piedra hacia abajo sin esfuerzo, o nosotros, cada vez que nos insuflamos misteriosamente de un valor capaz de vencer a los elementos. Desgraciadamente ese deleite dura poco, y aquellos se desextasiarán enseguida con su ruina acechante, Sísifo volverá a su piedra preñada de sudor eterno, y nosotros nos veremos una vez más atrapados e inermes como moscas en la tela de araña de la rutina.
Dura poco digo, y digo bien, pero no lo valoro con exactitud. En esa escasez está la clave del libar ámbar divino y no mero placer terrenal.
Todos lo sabemos, o deberíamos, si esos momentos se repitieran en demasía, dejarían de ser esos momentos. Somos un mecanismo semejante a un reloj, y nos construimos sobre una base de repeticiones como éste sobre sus segundos. Pero por fortuna el Azar quiso que se nos dotara de la capacidad de sacudirnos espasmódica y catárticamente hasta conocer las heces de la libertad.
Soy mosca, cierto, pero a veces miro a mis Arañas a los ojos y me río de ellas mientras me devoran.
Dura poco digo, y digo bien, pero no lo valoro con exactitud. En esa escasez está la clave del libar ámbar divino y no mero placer terrenal.
Todos lo sabemos, o deberíamos, si esos momentos se repitieran en demasía, dejarían de ser esos momentos. Somos un mecanismo semejante a un reloj, y nos construimos sobre una base de repeticiones como éste sobre sus segundos. Pero por fortuna el Azar quiso que se nos dotara de la capacidad de sacudirnos espasmódica y catárticamente hasta conocer las heces de la libertad.
Soy mosca, cierto, pero a veces miro a mis Arañas a los ojos y me río de ellas mientras me devoran.