Casi dos meses de silencio por los que has pasado de yunque a plastilina y vuelta a empezar, pero como siempre en ti: nunca martillo.
Has mejorado tu ánimo -pues me dices-; «¡Ya no quiero ser martillo!».
Te creo porque cohabito en ti, y cualquiera diría que ayer te sacudiste mil demonios. Fueron menos seguramente, pero al menos uno sí se exorcizó. Felicidades.
Ciertamente tengo poco de lo que alegrarme pues me alimento de tu necesidad de exagerar y hoy das un asco viscoso ahí sentado, tranquilo y sin preocupaciones cual estilita sobre su columna de paz. Sería mejor para mí que te levantaras y te arrojaras contra el suelo en salto mortal, y cuando deliraras lleno de sangre y pústulas, ahí estaría yo en cada reflejo de tu último aliento. Pero soy paciente.
¡Y una falacia! En el fondo te tengo cariño, y hoy disfruto contigo aunque tenga que guardar las apariencias. Sin duda eres más aburrido así pero necesitabas descansar y descargar tu angustia.
Me pregunto si esperarás otros dos meses, si cancelarás este proyecto como tantos otros, o si empezarás a cumplir algo de lo que prometes cada día que el buen humor te asiste para renegar de ello cuando éste se esfuma. Tiempo y pipa, todo lo que tú ves, lo veo yo.
Parece que Sade te reclama ¡más quisieras! Tú espíritu es mucho más aburrido.
Hasta la próxima compañero porque hoy, una calavera de rosas y aún sin espinas pareces.