Hay momentos en los que siento mi intelecto a punto de reventar, pleno de ideas y sensorialidad; otros, al poco normalmente, lo siento tan vacío como el paraíso.
No hay modo de controlar estos excesos anímicos y sé que es mi sino desde hace muchos años, pues ni siquiera he encontrado mayor paliativo que el sueño.
¿Aprendo a vivir con ello? Si, si aprender es aceptar y conocerlo. No, si aprender es sentir y padecerlo menos.
En el via crucis de mi vida, cada paso es un encadenamiento rutinario de lo mejor a lo peor de mi, y vuelta a empezar, a la espera de un gran salto o de la resurrección misma sin pasar por la sombra de la muerte. Mi mundana felicidad espera salirse del camino que marca mi profunda racionalidad.
No hay nada más allá del juego.