La fiebre atenaza mi salud, la tos mi humor, los mocos la alegría. Es difícil que se junten tantas circunstancias como para arruinar un cinco y un seis de enero: el estar enfermo, lejos de la familia, lejos de los amigos, lejos de aquella a quien amé. La salud mental comienza por la física, y si ésta falla, es difícil mantener la primera, más cuando vivo en un frágil equilibrio por el que depende del día el estar bien o regular. Ahora toca estar nostálgico y en resumidas cuentas no demasiado bien. Ahora es cuando las horas deben comerse al tiempo para que pueda recuperarme cuanto antes. Quizá entonces empiece el año con los bríos que hasta ahora me han faltado. Quizá entonces los proyectos vuelvan a definirse, quizá entonces me de alguna alegría, o quizá entonces me llegue alguna buena noticia. De todo ello, lo último es lo que menos espero, por lo menos en lo tocante al trabajo, y si no hay ascenso, entonces hay vueltas: cuánto tiempo por Aranjuez, cuándo empezaré a buscar por Madrid, cuándo sacrificaré la comodidad por el lugar.
Preguntas que nadie más que el tiempo responderá, y probablemente sin satisfacción. Ah, problemas que empiezan por mellar la salud y acaban con todo el edificio de mi psique. Ah, toca esperar mejores tiempos, y mejor salud. Qué remedio. Yo, fiebre, te conmino a que huyas, y lo mismo para vosotros, viscosos inmundos, y agarrada tos.
Supongo que consignar esta fecha me servirá para comparar con el próximo año, ¿qué será de mí de aquí a 365 días? La vida da tantas vueltas, que cualquier cosa es posible, pero yo no espero cualquier cosa, yo quiero algo mejor, yo quiero equilibrio, capacidad de esfuerzo, y felicidad en formas que quizá no haya experimentado hasta ahora. Pero aquí nadie garantiza nada, y mucho menos el ir a mejor. Así que, pidamos simplemente capacidad para resistir.