16.07.10
Ayer fue uno de los días más interesantes desde que estoy aquí y sin embargo, el primero si no me falla la memoria, en el que no escribí nada. La razón es simple, no estuve en casa hasta casi las diez de la noche y en lugar de estar acompañado por la tormenta de turno, me acompañó una tormentilla y un dolorón de cabeza incompatible con la escritura. Pero vamos hoy a por ayer.
Sintéticamente digamos que empecé en un cementerio y acabé al lado de una langosta, que empecé con la fe más ignorante y acabé con una muy elaborada.
Ahora no seré breve.
Iniciamos el día con otra visita familiar, esta vez a la casa de las primas Sara y Katty, y que resulta que viven en otro municipio, por lo que nos tocó andar bastante, ¡y en un cementerio!
Si no fuera porque… qué narices, el cementerio era para echarse a reír, al menos si uno viste mi negra piel. Resulta que al llegar nos topamos con lo que llamé el “cementerio de juguete”; las crucetas o cruces eran de colores llamativos, ahora un morado, aquí un naranja, allí un amarillo, y además parecían de golosina. Si no las mordí es porque aún conservo un poco de decoro. Por si fuera poco, estaban “documentadas” con rotri (al menos no vi tipex ni tachaduras de nombres y fechas). Por último, para llegar a la casa había que seguir un camino que consistía en inventárselo por encima de aquellas tumbas.
Tras el camino, Rambo, un pastor alemán de muchas pulgas y más dientes, eso sí, convenientemente atado. Y al fin, la casa. Bueno, si una casa es donde hay un ladrillo aquélla lo era porque tenía unos cuantos, por muy mal puestos que estuvieran, por mucho que reinara la chapa y la madera, y por más que apenas se sostuviera sobre un barranquillo y se columpiara cerca de un precipio.
Como me ocurrió hace dos días, lo más interesante aún no había llegado, ya que todavía nos faltaba la historia personal, la de la abuela de las chicas que era quien las había criado con la ayuda de algunos tíos, ninguno mayor que yo.
Esta vez no es una historia para llorar como la de la niña parapléjica, esta vez es para reír, o algo parecido. La abuela comenzó a decirnos tras la pregunta de la trabajadora social, que ya se encontraba mejor, que había tenido “un agujero en el corazón y que era cáncer, pero que en su iglesia estaban haciendo oraciones por ella, que una profetisa había hablado con Dios y éste le había dicho que tenía cáncer pero no del terminal, y que se curaría.” Así las cosas ella ya estaba mucho mejor, algo que por otra parte no dudo por la capacidad que tenemos de psicomatizar.
Ante la esperpéntica disertación sobre el cáncer que recibimos, yo escuché y callé, si bien una de mis compañeras se puso algo negra y quiso explicarle a la anciana alguna cosa sobre el cáncer, por suerte fueron pocas, porque sinceramente, en estos casos, ¿de qué sirve meterse en fregados que no conducen a ningún lado? El caso es que nos fuimos de allí impresionados por las condiciones de vida que pueden llegar a darse, y por las cosas en las que se puede llegar a creer.
Doce horas más tarde, quizá algunas menos, nació otra historia a raíz de esa visita que catapultó mi humor negro. Seré rápido. Hablábamos de que era una pena no hacer fotos de estas historias y de estos lugares, pero que no era plan, dije, el ir haciendo fotos, y que sólo faltaba que le comentáramos a la abuela que posara para la foto y dijera “¡Cáncer!”, como quien dice “patata”. Bueno, pues la gracia debió ser muy ocurrente porque para una de mis compañeras se convirtió ipso facto en una de las anécdotas del viaje.
El día fue transcurriendo con su rutina de niños donde lo más destacable fue enterarme que Mejicanos no es el municipio más pobre de San Salvador, sino sólo uno de ellos.
Y así llegamos a la tarde y a nuestra quedada con el pastor Roberto. Estábamos citados para las 17:15 en una de las zonas más lujosas de la capital, La Gran Vía, un recito que me recordó a Europa, a Alemania de nuevo, y más a Bayern que a otras zonas.
Llegaron a las 17:45, con justificación. En ese impás, mis compañeras entraron en Zara, nació la coña de ¡Cáncer!, y nos preguntamos cuantas personas de la iglesia evangelista aparecerían. Al final sólo fueron dos, el pastor y su mujer, Yoli. La feliz pareja llegaban con la intención, no me enteré hasta unos minutos antes, ¡de reconvertirnos a la fe! Resulta que cuando mi compañera conoció en el avión al pastor, hicieron un trato, si nosotros asistíamos al culto, él se comprometía a una cena donde nos convencería de Cristo. Ahí es nada.
Continúo la historia mucho más tarde y mucho más lejos, y no sólo porque esté en otra ciudad a San Salvador, Antigua, y en otro país, Guatemala, sino sobre todo porque ocupo ahora no la silla pupitre de la Casa Albergue, sino un sillón aterciopelado en un hotel de 4 estrellas. Pero sigamos.
El caso es que la velada fue agradable, fuimos de nuevo hasta el Pacífico y allí comí un buen “cerviche” y pescado, aunque claro, mi educación y la sospecha de que pagarían ellos (si hubiera pagado yo creo que tampoco), me impidieron pedir langosta a 20 dólares, algo que sí hizo la mujer del pastor. Pero al turrón de la conversión aunque sea breve. Entraron en el tema con cuidado, no querían asustarnos. Pero nosotros no queríamos bromas y nos posicionamos enseguida. No fue sin embargo una gran lucha, hubo mucha cortesía y mucha educación. ¡Y por momentos me sentí marginado! El tal Roberto tenía por propósito a mi compañera y yo parecía objetivo menor y si acaso lo era. Acabamos donde empezamos, todos en su sitio y amigos, y no es poco, apenas hubo batalla teológica, y nada sobre cuestionar la Biblia.
Las horas me han castigado, quizá hace unas cuantas hubiera escrito más, pero aquí y ahora es lo que hay.
GUATEMALA
País y capital comparten nombre. Por lo visto hasta ahora se parece poco a El Salvador. Su orografía es espectacular y sus bosques tropicales acosas la carretera a ambos lados. Llegar a la capital es además un registro distinto a San Salvador pues se ve mejores infraestructuras y menos pobreza (esto es al menos la primera impresión, por otra parte el tiempo no dará para muchas más, y siempre desde la óptica de un viaje de turismo frente al de cooperante que realizo en San Salvador).
Al llegar al hotel donde haríamos el traslado para Antigua conocimos a un tipo que resultó ser vicedecano de una universidad de aquí, y si le dejamos nos pone casa y trabajo en el país…
Y ahora aquí estoy, con una buena cerveza, la mejor en este país, de nombre Gallo, y amarga como a veces apetece tomar la cerveza.
Para acabar, el inicio de un relato que quizá no escriba nunca, pero basado o al menos inspirado en hechos reales. Reales y míos:
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