Las polillas parece que sólo saben sufrir. O están quietas o moribundas.
Ahora o quizá no haya otra oportunidad. Hace más de un año que dejé esta sección, por un motivo evidente y justificado: dejé de trabajar a horas intempestivas, por lo que este apartado dejó de tener sentido. Hoy, las circunstancias me han puesto de nuevo en la brecha, y al menos una noche paladearé de nuevo lo que es trabajar en la tranquilidad de la noche, con tiempo hasta para escribir. Así que cómo no cerrar la sección acudiendo pronto y bien.
Nadie me aventuraba el cambio de turno en su día, y menos aún nadie habría podido decirme que el cambio sería para bien, pues me adaptaría sin problemas y a la perfección. Por suerte, nadie puede aventurar nada con la fuerza de la precisión, y a menudo ni siquiera de la probabilidad.
Y lo que vale para el trabajo, vale para la vida. Y mi adaptación al nuevo turno, sirve para mi adaptación a las nuevas condiciones de mi vida que ya casi desde hace dos años me sacude, y me enseña. Lo disfruto, y crezco.
Crecer, crecer sobre todo por dentro, he ahí un buen termómetro de la felicidad de cada uno. Y en ello ando, con un esfuerzo aplicado que no he conocido nunca: activo y decidido.
Perdí de vista a la polilla, pobre, supongo que habrá muerto. Me levanto y lo compruebo, así es. ¿Así muere también definitivamente mi sección? Sólo el tiempo puede hablar.