Me faltarían calificativos si quisiera etiquetar esta obra de arte de los hermanos Cohen, pero vamos al grano como supongo que hará la mayoría de los que sientan la necesidad de escribir una crítica sobre esta película: es una tragedia moderna.
Ahora que caigo, es en muchos sentidos como el extranjero de Camus. El absurdo se va hilvanando perfectamente para describir la vida de un personaje que siente el peso de nuestra era, y que intentando escapar de su sino, se encuentra con las vueltas precisas para acabar dentro, una y otra vez, del agujero existencial y sin sentido que ofrece esta vida a tantos seres humanos, que no tienen bastante con la comodidad material, y que necesitan de una ilusión que les llene.
Y es en esa búsqueda (aquí escapar de su sello de peluquero, aquí su relación con la chica y la música), donde toca a menudo descubrir cuán microbios somos. El hecho de que se nos muestre la «Desilusión» tan a las claras, por cierto, no es que me resulte reconfortante, pero sí que alimenta ciertas celdas estéticas de mi alma, que me hace esbozar esa sonrisa crispada de la que tanto me precio, pues me da la comprehensión del juego del que como todos, tomo parte.
Como acostumbro, es difícil asociar mis líneas a la película, o al menos, hacerlo antes de verla, y es que no se trata de una sinopsis, sino de sacar la emoción que el cine me llega a provocar.