Invitación

De un segundo para otro me olió a espliego y a lluvia recién caída. Ahí llegó mi primer pestañeo de incredulidad. Estaba en Madrid, a mitad de agosto, con su cielo azul sucio, y acababa de embocarme en el metro.

El olor agradable y fresco continuó hasta que llegué al vagón, en él viví unas historias que no creeréis, pero allá vosotros.

Un pasajero a mi derecha recitaba poesía, otro a mi izquierda subrayaba unas líneas de una obra de Marvin Harris. Enfrente de mí, un tipo con un bigote a lo Nietzsche dibujaba todas las escenas que ante él se le ofrecían, como por ejemplo, la monja que acalorada leía al marqués de Sade.

La boca se me terminó de abrir cuando el pestañeo y el pellizco fueron insuficientes: al fondo del vagón Paco Marhuenda y Mariano Rajoy desataban su amor fundiéndose en un apasionado beso.

Ningún pasajero de los restantes consultaba su móvil, nadie se restregaba las legañas, no había músicas impuestas… En mitad de un túnel se fue la luz por completo y supuse que con ella se marcharía la magia.

Cuando regresó la luz todo seguía igual, salvo la monja que en ese momento suspiraba, salvo la pareja besucona que en ese momento se abrazó, salvo el pintor, que en ese momento me pintaba a mí. Descarté soñar, las drogas no debían de ser, y mi imaginación no daba para tanto.

Al pintor le compré nuestro dibujo poco antes de llegar a mi destino, cuidé de no meter el pie entre coche y andén, y bajé.

Según enfilaba hacia la salida pensé que si no quedaba satisfecho de lo que escribiera después de tal viaje, sería prueba irrefutable de su verdad.

Mi insatisfacción es notable.

A vosotros os queda creerme o no, o preguntaros tal vez por capricho, qué es lo que os haría pestañear en el metro.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s