11:50 de la mañana del 2 de septiembre. Termino de leer el Capítulo 18 de Los detectives salvajes de Bolaño, me levanto para ir a la ducha. Al separarme de la ventana del estudio donde vivo (llevo tan solo dos días en él y estoy encantado con el cambio), escucho un golpe tremendo.
−¡Vaya hostia, pero vaya hostia! –grita una transeúnte.
Acaba de producirse frente a mi ventana de la Avenida Córdoba un accidente de tráfico. Un autobús AISA acaba de chochar contra una furgoneta Volkswagen. El autobús tiene dañado el frontal, la furgoneta el capó reventado, el aceite por el suelo, los airbags fuera, las puertas dañadas. Su ocupante no puede salir. Una señal de Stop besa el suelo.
Los curiosos se arremolinan pero no hay un morbo excesivo sino más bien preocupación, y se agradece. Las llamadas pertinentes se hacen. Supongo que alguien hace fotos, supongo que alguien tuitea el acontecimiento, y lo supongo porque a mí me entra la tentación aunque finalmente decido que no es ético, que no debo hacerlo, y no lo hago.
A los pocos minutos aparecen; dos ambulancias del SAMUR, una furgoneta de la policía de Investigación de accidentes, un camión de bomberos y varios coches de la policía de Madrid.
El ocupante de la furgoneta sigue sin poder salir o no es conveniente que lo haga, y necesita del trabajo de los bomberos y de los sanitarios. Creo que está relativamente bien, si no, no tardarían tanto en sacarlo, al menos eso quiero pensar. Finalmente lo hacen, le inmovilizan, se lo llevan. No veo que se mueva, pero tampoco podría con las cintas que le han puesto. No hay lona negra que le cubra el cuerpo ni la cabeza. Es el alivio.
El trabajo de parte de los policías, los bomberos, y una de las Ambulancias, sigue a vista de mi ventana una vez que el herido se ha marchado.
Y yo me pongo a escribir esto porque ha habido momentos en los que el trabajo de esta gente me ha puesto los pelos de punta. Sinceramente, a veces creo que no somos conscientes del trabajo que realizan, y esta crónica es mi más sincero agradecimiento a todos ellos.
Espero que el hombre de la furgoneta se encuentre bien, cuando baje al portal preguntaré.
Es curioso, si hubiera mirado tres segundos antes por mi ventana, habría visto el golpe en directo, tal vez sabría con exactitud qué ha ocurrido y de quién es la responsabilidad del accidente. Tres segundos más tarde en acabar el capítulo donde el chileno Abel Romero cuenta brevemente su encuentro con Belano, y reflexiona sobre si el mal es causal o casual (con las consecuencias que ello implica), y tendría ahora mismo sobre mí un peso distinto, y la imagen de la violencia del impacto, que me alegro de no tener.
Cuando bajo a la calle pregunto a un policía. Me confirma que el herido está bien, que al principio no podía moverse, que el protocolo… luego contesta a la pregunta del responsable: la furgoneta hizo un giro indebido. Me voy tras darle las gracias por su labor, me apetece leer en su rostro cierto gesto de incomprensión.
Desgraciadamente, a algunos de los actores que han participado en tu relato solo les precede la mala prensa. Como si todos viniesen de Marte ya con el uniforme puesto.
Buen relato.
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Gracias por el comentario y además tienes razón;). Eso sí, no es un relato, y lo que escribo ocurrió de esa manera, o al menos del modo en que lo vi desde mi ventana.
Saludos.
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porfavor contexto pliz
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