Contrapunto

Acostumbro a tirar de magín cuando necesito escribir porque todavía me siento incapaz de extraer de la rutina y del día a día aquello que busco; belleza, extremos y contradicción. Sin embargo, y espero que sirviendo de precedente, en lo que sigue, ni para una coma he tenido que recurrir a la imaginación.
El azar y las cervezas nos condujeron a aquel bar universitario de Bonn de ambiente bohemio y nombre intelectual, “Café Camus”. Los cuadros surrealistas, el proyector con películas de Harold Lloyd, y la carta con citas de Simone de Beauvoir y Albert Camus, confirmaron lo anterior. Por si fuera poco, en breve comenzaría un concierto de jazz.
Llegamos pronto y apenas éramos cuatro gatos, de modo que pudimos elegir mesa, y elegimos bien, pues sencillamente nos sentamos en el mejor lugar para disfrutar del concierto. En seguida aparecieron los candidatos a músicos, que las guitarras confirmaron. Pero las estrellas de aquella inolvidable noche aparecieron al poco. Se trataba de una pareja (que fueran matrimonio hermanos o amigos, no lo supimos) que rondaban o rebasaban los 60. Ella era la típica alemana a su edad, con su pelo corto y canoso, y su constitución fuerte. Él, con un claro deterioro físico y mental, estaba atravesado por el párkinson, por el Huntington, o por cualquier otra de esas enfermedades degenerativas –que médico no soy- que nos recuerdan la terrible fragilidad humana. Se sentaron a nuestro lado y durante dos horas disfrutaron, como todos, de aquel fabuloso dúo de jazz. Él, incapaz de tener quietas sus manos, y por momentos hasta su cabeza, conseguía seguir el ritmo de la música, ella, desprendiendo cariño, ternura y amor, disfrutaba a todas luces de aquel concierto que le tallaba aún más si cabe una profunda sonrisa. Porque su rostro estuvo alegre desde el principio hasta el fin, porque ellos convirtieron un buen concierto en algo memorable, porque ellos fueron, a su edad y con su comportamiento en la vorágine de su tragedia, toda una lección.
Al salir estábamos de acuerdo: la vida es un asco, la vida es genial, y esa pareja, son dignos representantes de tales extremos. Para no olvidarles, para recordar aquella noche, queda escrito este humilde homenaje.

Objetivo y reimpresiones

Después de realizar uno de los papeles más extraños de mi teatral vida a base de ser un prosaico molino de estado de ánimo, vengo acá para cumplir con mi propio juicio y serenar ciertas sentencias, necesario si quiero ser justo con Colonia y lo que me está rodeando.
Empecemos por lo último para que cuando la memoria me falle, las palabras me ayuden. Resulta que hoy me tocó leer en alemán un guión marcando mi acento español, algo por otra parte plenamente natural, para ayudar a un actor alemán –o suizo- que tendrá que hacer en seis semanas de cubano en la época de la DDR, a la que se marcha en un momento dado, y en la que se termina viendo involucrado en un triángulo amoroso mediado por la Stasi. Ahí es nada. La cosa fue tan curiosa como suena; yo leyendo el guión de su personaje, “Carlos Sánchez”, el actor grabándome con la maquinita, y diciendo que “super”, y luego, a traducir en parte, y según medio lo supiera medio me lo inventara, y por último, una desternillante pantomima de interpretación a cámara lenta y en alemán. Toda una experiencia. Y por cierto, el actor se llama Pasquale Aleardi, y realmente es un tipo simpático y llano.

“La academia por lo demás bien, gracias”, podría responder a aquellos que preguntaran por mis últimas semanas, después de haber gritado a los cuatro vientos algo así como que aquello iba a acabar conmigo y después de estar al límite de abandonarla. Ahora todo tiene otro color, mucho más sosegado aunque con una raíz similar: no me gusta dar clases de español, aunque como con tantas otras cosas, no me suponga un problema hacerlo, y hasta me gusta más que muchos otros. Pero como ya dije, mi intuición de hace unos años erraba. Por suerte, la reemplacé por otra, y ésta es la buena.
Y no quisiera ser injusto con esta ciudad, es cierto que no es Berlín, es cierto que no me alegra el alma ni me la destroza, pero estoy aprendiendo bastante de mí. Además aquí terminé mi primer gran relato (al menos grande para mí) cuando estuve de vacaciones, y mi objetivo es acabar el segundo, antes de marcharme. Eso sería la hostia porque como aquél se ha convertido en una extraña obsesión de amor odio. Y encima está la refutación de una intuición y el hallazgo de otra, y por supuesto, el vivir en una estabilidad sentimental. Ah, coño, y ganar dinero, que aunque poco, bastante más de lo esperado. De lo de aprender bien alemán, mejor no hablemos.
Pareciera que disfruto contándome mi vida, pero todo esto que le parece tan espurio a mi memoria, no ya en años, no ya en meses, sino tan sólo en días, puede quedar lejos y perdido en las aspas de ese molino que espera la lanza de un don quijote para sentirse tocado por “la pintura pintada por un ala”, y que mientras espera, devora autofágicamente con un mal regusto.

Abraxas…

En un interesante momento releo unas cuantas líneas olvidadas, la enseñanza de Júpiter al Orestes de Sartre: “Abraxas, galla, galla, tse, tse”. En el preciso momento en el que tengo identificada plenamente mi mayor mosca, la pereza. En el preciso momento en el que cuatro meses es el tiempo preciso para dedicar a dos inutilidades: escribir y aprender alemán. No menosprecio ninguna pero todos mis yos saben de mis incapacidades precisamente para con ellas. Si somos una pasión inútil, seámoslo a lo grande.

Toda sonrisa es un triunfo.

7.03.09

Quería contar tantas cosas, que…

Apenas tengo tiempo, y eso que se me desparrama y se me escapa a manos llenas. Estoy como siempre, en una profunda incapacidad de gestionar mis recursos. Y si acaso, estoy peor que siempre al haber pasado en poco tiempo por el amplio espectro de todas las posibilidades de mi carácter, yendo de la euforia al sufrimiento en apenas segundos, horas y días, para volver a empezar. Y no es que no canse ser una puta montaña rusa, pero nunca he sabido como pararlo. Veamos si ahora por tierras de Colonia lo logro. Todo marcha, no quiero contar más porque no tengo ganas para más. Pero lo digo a propósito; decir todo marcha no significa absolutamente nada salvo que sigo vivo, que puesto que escribo, es superfluo. No hay ganas para más.

7 más 1

Cabalgo ahora sobre el amanecer del octavo día por estas antiguas tierras de enclave romano a orillas del Rhin, con su esplendorosa y altísima catedral, orgullo de la ciudad, y con su grata gente, verdadero patrimonio de Köln. Apenas una semana llena de actividad, si entendemos esto por papeleo y prácticas para un futuro trabajo caído del cielo. Todo de momento saliendo a pedir de boca, por lo que habrá que estar atentos a los reveses del azar.
Köln no es Berlín, pero hasta ahora aquella me reserva lo que no hizo ésta: suerte y un proyecto.