Pecado mortal

La inteligencia por desgracia nunca estuvo demasiado de mi parte, y eso, como es lógico, trae sus complicaciones. Pero qué le vamos a hacer si somos los hijos de un mismo dios: el de la incompetencia.
¿Qué es eso? Me parece oir múltiples quejas nada veniales que gritan a coro: «eso lo serás tú, mi dios y el tuyo no es el mismo, ergo…» Esta bien, aceptamos la réplica, no compartimos la misma mesa, cómo vamos a compartir la misma Gracia.
¿Nuevas quejas?, ¿qué dicen?, Que no las trate condescendientemente, que odian la complacencia. Joder, ya no te dejan ni rectificar. Está bien, seré radical, soy un inútil y el peor de los hombres que ha hollado estas lindes, y por supuesto, mi naturaleza no salpica en nada al resto de la humanidad, de hecho soy humano por mala fortuna, iba para brizna. Vale así, ¿puedo continuar?
Decía que mi Yo nunca estuvo muy dotado, y que esto me granjeaba quebraderos de cabeza. Ahora bien, él podía transcurrir sin excesivos sobresaltos a causa de la eterna posibilidad de una huida hacia dentro. Quiero decir, si mi vida abandonaba el sendero de la normalidad, podía recurrir a la escritura más íntima en pos de la catarsis necesaria. Créase o no, funcionaba, al menos lo suficiente como para recuperar la apariencia de cordialidad ante una vida que no terminas de calibrar por más que lo intentas. El caso es, que mi ánimo por vender las entrañas en pos de no sé muy bien qué, ha terminado en camino ciego, en una encrucijada por la que no puedo seguir ni hacia delante ni hacia atrás cuando los sobresaltos se presentan y llaman a la puerta. Ya no hay escape hacia ningún lugar que no sea mi cabeza, y esto no es nada recomendable para mi estabilidad.
¿Qué ha ocurrido? Algo tan sencillo como que por muchas capas y censuras que presente detrás de las palabras, no todo se puede decir cuando existe la posibilidad de que otros ojos te miren. Hay intimidades ingobernables que no estoy dispuesto a soltar a la deriva, con la consecuencia de que yo, no pudiendo deslastrarme de ellas, me dirijo hacia la misma.
Una cálida voz vibra a través de las paredes, «siempre se puede depurar miserias en otros vomitorios». Cierto. Habrá que cambiar de estilo. Tendré que ampliar mi recetario. Cuidaos de que no me siente en vuestra mesa.

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