Soy un tipo terriblemente influenciable: si leo a Nietzsche reflexiono con él, si toca Dostoievski cambio de tercio, ahora Cortázar, luego Sartre, etcétera.
A veces, por suerte o eso creo, se me mezclan y paro cualquier cosa en la que hay de mi todo lo malo y de ellos el resto. Hoy no es este caso sino aquel.
Llevo unos días con Borges y él obsesiona mi magín. Hace cuatro días o cinco noches soñé con la lectura de un pasaje supuestamente suyo en el que denunciaba las injustificadas complejas interpretaciones por parte de los críticos de la natural sencillez de sus relatos, creo recordar algo de amenaza incluso, pero ya me es imposible acceder a más. Bajaba (para las que no la conozcan en Guadalajara siempre se sube o se baja) por la calle con el Sol escupiéndome cuando lo recordé, y no pude sino retirarme al teatro -coincidencia geográfica- para escribir algo decente. No lo logré y tras el fracaso lo resquebrajé contento de ser capaz de desechar algo.
Hoy continúo con Borges y tras la Historia universal de la infamia llega Historia de la eternidad. Leyéndolo no puedo sino reafirmar mi segura impresión de que poseo un espíritu parcialmente anacrónico -y soy suave y parco en el juicio.
El caso es que hasta a mi mismo me cuesta explicarme el deleite, no ya de Borges que es harto comprensible, sino de sus líneas cargadas de teologismo y metafísica religiosa. Recuerdo ahora, es lo que tiene la ilación, que lo mismo me ocurrió con Jung hace apenas un mes por tierras berlinesas, y una sonrisa nostálgica se esboza, pero continuemos con los deleites que mencionaba.
Para empezar, son datos que aprehenderlos íntegramente me están vedados a causa de lecturas más o menos rápidas y carencia de base teológica por mi parte, y usos del latín por la suya. Y para terminar, se trata de un placer un tanto extraño, ya que, para que nos entendamos, soy más ateo que otra cosa.
Ahora bien, ello y más no me quita un regusto de auténtico placer cuando lozano bailo entre esas páginas casi arcanas de genios insondables.
Extraño mundo este, en el que se puede pasar del cielo -cierro el libro aún abierto devotamente, a la infamia -enciendo el televisor, sin solución de continuidad.
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