Desde los dieciseis, quizá ya en los catorce, tengo la conciencia tranquila: cada doce de junio es una tragedia. Y en esta rueda no sé si poner velas o veintisiete lágrimas.
Entumecido ahora, era hace un momento un torrente de tristeza y amargura, ni siquiera para recordar lo inmediato valgo ya.
Bueno, basta de emperifollados teatros y vuélvete a la cama, que para esto es mejor que no te hubieras levantado. Disfruta como puedas, y hasta la próxima.