Gustaría de escribir, «en mitad de la nada». Pero si acaso la realidad escupe, en mitad del transitar de la gente, puerta D21, terminal 2, aeropuerto de Frankfurt. No podía estar más lejos de la nada y el gusto puede esperar a pudrirse.
También me gustaría poder contar, «el viaje es corto y el aburrimiento no me llega». Pero también es falso, tanto que hasta escribo perdido en mitad de todo esto. Y es que hoy tuve tiempo de más siempre. En mi futura casa, la que en estas vacaciones fuera mi casita de retiro (y digo muy bien casita porque 30 metros no dan para más nombre). Luego tuve tiempo de más en las estaciones de trenes, dos. Y ahora y mucho, en el aeropuerto. Todo un día invertido en poco más de 2000 miserables kilómetros y tres o cuatro grandes ciudades. Me lo pregunto y no sé qué contestar, ¿hablo en serio o no?
Al menos sí puedo canturrear, «en estas vacaciones, turrón de…» Ah no, que eso es en las navidades, que por cierto ya están aquí. Lo que realmente quería decir es que, «Joder qué pedazo de vacaciones». Largas, agotadoras por momentos pero calmadas otros muchos, con lo que tiene que tener para un enfermo con mi enfermedad, y productiva como nunca: conseguí arrancarme una obsesión literaria y nació otra. Y esto al margen de ideas, proyectos, profundo amor hacia mi compañera y hasta sueños de calidad. Poco más cabía esperar, quizá un poco más de alemán, pero estoy satisfecho del que hubo, un poco más de tiempo, algunos dirán que soy un ansioso pero yo replico que 20 días son minucia, y, si acaso, un viaje de regreso más corto. Pero me resbalan las quejas porque me sobran los buenos momentos.
Y todo esto, hasta que la ciudad de vacaciones, Colonia, se convierta en ciudad de retiro temporal. Y espero que de buen retiro, quizá hasta con trabajo, y si no, con sus múltiples comeduras de tarro pero a las que desde aquí prometo y amenazo: «las sobreviviré, como todas».