Las bibliotecas son las mayores cajas de sorpresas que existen, uno puede perderse entre sus hileras de estantes repletas de libros sin saber qué maravilla le espera a la vuelta de la esquina, y por si fuera poco, la maravilla le sale gratis.
Amo los libros, y lo hago porque casi todos los que caen entre mis manos me enamoran. Por supuesto juego con trampas, faltaría más, éstas consisten en guiarme casi siempre por un brújula. Es verdad que en ocasiones me dejo llevar, pero siempre hay tendencia por unas líneas que he forjado saludablemente con los años: que sean clásicos, que rebosen imaginación, que tengan buena crítica, que sus temas me atrapen.
Es de este modo, con una mezcla de aventura y criterio, como llegué a «Ya no te necesito», una colección de relatos de Arthur Miller. Buscaba alguna obra teatral suya y consagrada, pero mi cabeza olvidadiza y desastrosa decidió borrar el detalle de que las obras de teatro se clasifican en estantes aparte de las obras de novela, y de esta manera sólo encontré dicha colección. Y puesto que me encantan los relatos y aunque un poco indignado con la biblioteca por no tener «La muerte de un viajante» o «Las brujas de Salem», me llevé el libro.
Si me preguntaran, «¿por qué te gusta leer?», podría contestar con cientos de argumentos (ya sería alguno menos fantasma) hasta aburrir al personal, que si un libro me hace vivir otras vidas, que si te cultiva, que si te hace crecer, que si te hace estar sólo y rodeado al mismo tiempo, que si…, pero quizá bastaría con decir, me gusta leer porque me dibuja una sonrisa de idiota en la cara que me embarga de felicidad.
Es cierto que a veces los libros asustan, o indignan, o te dejan perplejo, pero siempre me hacen más feliz. Y aunque como indiqué me enamoro de ellos con facilidad, «Ya no te necesito», quizá por su gran carga de sorpresa al recaer en mis manos, me ha hecho tan feliz que tenía que agradecérselo hablando de él, o más bien escribiendo esto.
Diré que no llego a los 30 y que de media los relatos que se encuentran allí me sacan unos 50 años, pero la buena literatura siempre actualiza, y es así como he vivido en la piel de los personajes de Miller y respirado sus intereses y problemas, tan cercanos a mí a pesar de las distancias temporales, espaciales, culturales, y tan lejanos a mi mundo, que es normal que reconozca sin esfuerzo mi anacronía crónica, mi incapacidad para plantar los dos pies en este país tan idiota como el resto, mi facilidad para perderme en lugares ajenos y olvidarme de los propios.
Sí, vivo en las nubes, en las nubes que forjan la literatura, y lo que más siento a menudo es tener que bajar de ellas. Hoy bajé de las nubes de Miller, gracias, mañana ya estaré volando en las de Buero Vallejo. Así es y así debe ser, mi sonrisa estúpida marca el rumbo de mi dicha inadaptada al tiempo. La palabra escrita me da sentido a casi todo lo demás, es difícil estar más agradecido.