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Del SÍ al Pedestal de Barro
Recuerdo la intuición, pienso a menudo en la idea, y creo incluso poder arañar la fantasmagórica clase y al profesor al que escuché lo que sigue.
Nietzsche dijo que toda afirmación conduce irremediablemente a Dios, por eso él escribió en aforismos, para romper el ritmo que conllevan las frases afirmativas encadenadas.
La intuición es fácil pero la idea no lo es tanto, por otra parte, nunca encontré tal sentencia de este mago seductor de la palabra, o no lo recuerdo. Prosigamos. Lo que se nos viene a decir, o lo que al menos yo interpreto y quiero aquí señalar, es que las frases afirmativas se van encadenando una tras otra hasta construir un edificio pretencioso que apunta sin lugar a dudas a lo más alto posible, siendo lo más alto ayer y hoy, Dios, si bien muchos «artistas de la afirmación», sencillamente no llegan tan arriba por haberle decapitado anteriormente, en buena medida gracias al propio Nietzsche.
Pero me pierdo, yo no vine aquí a hablar de filósofos, sino de nosotros, y aún más y faltaría más, de mí. Pero antes de centrarme en el aquí y el ahora, un antes para cerrar con ellos: por eso, por lo indicado arriba, es entendible que todos los grandes filósofos, todos los que han tenido una enorme capacidad elaboradora de discurso, se dedicaran a construir sistemas que empezaban por lo elemental y acababan o en dios, o en el primer principio, o en la lucha de dos grandes contrarios constituidores de todo, o… Porque un pie tras otro, una afirmación tras otra, y al final se llega a la cúspide.
Pero lo que sirve para elaborar sistemas filosóficos, también sirve para elaborar personalidades, y por supuesto, egos. Hay egos que no paran de hablar y autoafirmarse: así no hay quien los baje del pedestal en que viven. De hecho, esta sociedad se constituye de pedestales a cada paso, interconectados por la inmediatez y la prisa. Quizá no tengan un gran discurso elaborado, pero con el suyo les basta siempre y cuando lo repitan hasta el hartazgo y no dejen entrar al aforismo correspondiente, es decir, a la negación, esto es, a la duda. Y es que si sus egos dejan pasar a la duda, el pedestal se corrompe, y se vienen abajo, por eso tienen que hablar mucho y pensar poco: hoy se exige la altura, aunque con este sistema sólo se pueda alcanzar la cima más intrascendente; pero cima al fin y al cabo se pensará.
En cuanto a mí, no sé si pienso desde aforismos, desde fragmentos de ideas ajenas y propias (lo propio cuesta sudarlo, y nunca será tuyo plenamente), pero es difícil que alcance algún día tamaña altura mediocre señalada. Eso sí, alcanzaré otras mediocridades, ¡qué duda cabe! Pero al menos no me veo en pedestales de ego, salvo que lo funde piedra a piedra sobre el desprecio a los ególatras de medio pelo que abarrotan nuestros días.

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