8.07.10

8.07.10

Hay realidades que no basta con decirlas una vez, ni siquiera un millón, deben decirse tantas veces como sean necesarias. Y yo estoy viviendo una que exige ser volcada ahora que su sangre toca la mía. Al participar de cooperante en un país como El Salvador donde hay un altísimo porcentaje de maltrato y abuso sexual hacia niñas, uno resulta escandalizado desde su perspectiva de privilegiado europeo. Pero no podemos detenernos y caer en este crudo día a día sin sacar a relucir el espíritu crítico y preguntar: ¿es el ciudadano y ciudadana salvadoreña más cruel que la crueldad misma?

Es entonces cuando llegamos a la retahíla de argumentos tantas veces dicho, y que comprendo que al honrado trabajador de ese occidente que se ve agobiado por tanto capricho, tanta factura y tanta preocupación vana y no tan vana, no le gusta oír. Pero como apunté, hay que decirlo.

Si cogemos un país cualquiera y lo alimentamos con deuda externa, si le importamos el problema pandillero (recordemos que las famosas maras devienen de USA y sus bandas juveniles –que a su vez denotan enormes bolsas de pobreza y grandes dosis de marginalidad en el gran país de los grandes sueños), si les localizamos (por aquello de nuestra deslocalización) las feroces e inhumanas maquilas de nuestras firmas de ropita favorita, si les inundamos de nuestros valores publicitarios (MTV, McDonalds, la moda,…) al mismo tiempo que les dejamos un estrecho cuello de botella para el gasto personal y el ahorro, y si les sumamos sus propias dificultades históricas y sociales, pues entonces es difícil que el resultado sea otro, que casas sin agua corriente enfundadas en chapa, con escasísimos metros donde habrá un dormitorio común para toda la familia (en su gran mayoría desestructurada) y donde se dará el caldo de cultivo preciso para compartir todas las miserias que el ser humano es capaz de provocar cuando se degenera.

¿Pero acaso no sueno a Marx? Por supuesto, y es que no hemos mejorado mucho desde que él pusiera el dedo en la llaga: si se come miseria difícilmente podrá crecer un fruto que no esté podrido. Y si estos países comen tal miseria, una vez más digámoslo cuantas veces haga falta, en buena medida es porque otros países como los nuestros devoran lo bueno que son capaces de parir.

Por supuesto hay más y ya advertía de las propias dificultades que en sí poseen estos países. Cómo no reflejar las historias que me han contado sobre el pésimo sistema educativo de El Salvador, con clases que en ocasiones no se dan porque los profesores deciden estar de cháchara sin más, o porque se van a comprar en mitad de clase, o como si no se dieran porque entre otras joyas ni les revisan los ejercicios aprobándoles si ven algo escrito y suspendiéndolos en caso contrario y sin preguntar por qué. Por otra parte soy testigo del gran debate nacional que azota el verano del 2010: “¿se debe leer la Biblia todos los días de forma obligatoria en los colegios?”, y que cuando me voy sigue adelante tras ser aprobada la propuesta por la mayoría de los diputados, aunque todo hay que decirlo, con acendradas críticas desde algunos sectores, incluido parte de la iglesia católica, y con posibilidades de que no se lleve a cabo. Y de Latinoamérica hablo, por lo que estoy en esa región del mundo donde la corrupción política alcanza su grado sumo, hasta el punto que el líder de la oposición, Arenas, después de saquear el país durante décadas de acuerdo a todo el mundo con el que converso (y todos ellos de distintos estratos sociales), sigue machaconamente atacando al nuevo gobierno del FPLN con todo aquello que él provocó, y hablando lleno de cinismo, del “valor de la experiencia”; una experiencia que hundió al país aún más en la miseria.

Para llegar a entender de un modo certero la realidad de El Salvador, no podemos tampoco olvidarnos de que fue hace apenas 20 años, en 1991, cuando se alcanzó la paz entre el gobierno y la guerrilla del Frente, y que como ha ocurrido en esta zona del globo, tal guerra fue auspiciada por los Estados Unidos de acuerdo a sus intereses geopolíticos, y provocada por un gobierno terriblemente injusto y de derechas que prefería que su pueblo estuviera bien oprimido a darle la mínima posibilidad de respirar, hasta el punto de ejecutar el asesinato de Monseñor Romero, la figura por excelencia de este país, tras decantarse por los pobres y posicionarse junto a ellos. Una muestra más de la perversa tendencia de los gobiernos por oprimir a su propio pueblo ante la posibilidad de tener que compartir de un modo más justo la bolsa del dinero, y sobre todo, la de la justicia.

Finalmente, decir Monseñor Romero en este país es adentrarse en un pilar imprescindible que no podemos dejarnos en el tintero: el de la fe. Quien me conozca lo sabe, a pesar de ser un ferviente interesado en los temas religiosos por el conocimiento antropológico que nos ofrece, no estoy a favor de la fe en Dios por muchos motivos. Podría enumerarlos pero me conformo ahora con decir que a estas alturas del siglo XXI, dificulta en mi opinión la fe en el ser humano. Pero también asumo y comprendo, que estas niñas y estas mujeres de las que me he rodeado durante mi estancia en El Salvador, acudan a Dios y sus rezos. En primer lugar porque la fe está en cada rincón y a cada paso de este pequeño país, diseminada en las más variadas formas. Y en segundo, porque todos necesitamos agarrarnos a algo para seguir adelante, y agarrarse a las promesas de una vida mejor, eterna, y sobre todo, vacía de los hij@s de puta con los que han tenido que malvivir en esta vida terrena, no es precisamente poco donde agarrarse. Sinceramente, mejor la fe en Dios que la fe en Nada cuando el Todo que tienen presenta una pinta tan horrible.

Hasta aquí fui general y poco concreto, acabaré dando la vuelta al asunto en la pequeña medida de lo posible. En la Casa Albergue donde me alojo busqué mi rincón para escribir con tranquilidad, pero cuando llevaba parte de lo escrito llegó una de mis compañeras y se puso a leer uno de los muchos informes que manejamos, y cuando se indignaba me decía, y decía de otro violador más de nuestras niñas, de otro de los grandísimos seres despreciables de los que aquí uno se harta de escuchar, sacando fuera de control nuestra sed de justicia y deseando para tal canalla el peor de los fines. Pues es verdad que la naturaleza humana en connivencia con las peores condiciones materiales puede generar y genera monstruos, pero saber eso no es óbice para desearles que les caiga no ya todo el peso de la justicia humana, sino el de la divina en la que no creo. Pero está demasiado claro, tampoco creo a la luz de tantos hechos y tanta Historia, en la justicia humana.

Me niego a acabar de un modo tan luctuoso, y por ello diré que mi experiencia me enseña a creer en algo; creo en la infancia y creo en la fuerza que todo niñ@ lleva dentro, y si no hubiera un dios bueno como así lo temo, al menos me queda la esperanza difusa de que los niños son como dioses, en tanto que son capaces de forzar al destino y vencerlo por mucho que éste haya significado para ellos el peor de los infiernos posible, pues con un poco de suerte y ayuda (sí, ayuda nuestra, ayuda del torpe y humano adulto), son capaces de apagar cualquier llama y reírse de todo determinismo. Así les he visto, riendo libres a la espera de crecer.

Y ahora, tras escuchar los vomitivos informes, tendré que arrastrarme hasta el Centro de Día con mi doble condición de ser humano, primero como persona, y segundo y como dicen aquí, como cipote o varón.

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