Yo escribo
Tú pintas
Él y Ella canta
Nosotros resistimos
Vosotros resistís
Y ellos nos machacan…
O lo intentan. Somos números, códigos de barras, el frío dato de una estadística, de una ley, de una trampa. Nos quieren dormidos, si despertamos, nos quieren gritando “circo”. “Pan” como mucho para ti, si lo haces susurrando, y nunca para tu hermano, que no los tienes, porque son de otro color, o de otro país, o de otra sangre, o de otro armario. Y no se te ocurra abrir el pico con estas cosas, porque eso sí que es de otro siglo, de trasnochado, de anacrónico, de fanático, de iluso, de demonio, de sin dios, de borracho.
Pero si miras en la dirección adecuada, hacia las manos, en los ojos, incluso al alma –que quizá no es lo que nos dicen pero que es-, tu puño y el mío hacen un corazón, y nuestro corazón más vuestro corazón hacen un cerebro. Ramifiquémoslo, complejicémoslo, comprendámoslo… y nos veremos más vivos que nunca. Escribo y resisto, pintas y resistes, cantan y resisten, cada uno a su manera, pero a la manera común de saber que gritando en el desierto con el corazón en una mano, el cerebro en la otra, y rodeado de otros tan ilusos como uno mismo,
se puede convocar a la lluvia para que sane pequeñas heridas.
No queremos sanar el universo, no podemos y no lo pretendemos,
pero tampoco queremos oír que nada se puede hacer, salvo salvarse tal vez uno sus bolsillos.
Porque si vivo, es verdad que es para morir, pero lo haré dejando una pequeña estela maculada de sentido, pequeña y sucia tal vez, pero de sentido al fin y al cabo. Para mí, para ti, para nosotros, para vosotros, y contra ellos.