Las sesiones

Reconozco que me daba cierta pereza verla pues esperaba dureza, algo de grima y una suma de penas que no me alentaba lo más mínimo. Sonrío ante mi error, pues se trata de un canto al amor, a la vida, y al sexo. Gracias Cine por la lección, por la esperanza. 

Celebración (1998)

Como casi siempre, llego tarde al genio, pero termino llegando que es lo importante. Acabo de ver esta película que inauguró el movimiento fílmico Dogma 95, pero la verdad es que «desartificios» al margen, debo celebrarla por haberme provocado la imagen de contemplar una de las mejores revoluciones que he visto nunca. Eso sí, que no se espere que desgrane nada de la batalla, tan solo diré que como en toda revolución, hay mucha suciedad y sordidez, y algo de luz donde agarrarse, a ella me agarro, degustando las posibilidades que ofrece el cine, la ficción, el mundo, para deleitarse hasta con lo más  oscuro, sin que esto nos hunda irremediablemente en un abismo de fango. O al menos no de un modo permanente.
«Bien luchado», termina diciendo el padre al hijo, ved si no lo habéis hecho ya, por qué se pronuncian tales palabras.

El hombre que nunca estuvo allí

Me faltarían calificativos si quisiera etiquetar esta obra de arte de los hermanos Cohen, pero vamos al grano como supongo que hará la mayoría de los que sientan la necesidad de escribir una crítica sobre esta película: es una tragedia moderna.

Ahora que caigo, es en muchos sentidos como el extranjero de Camus. El absurdo se va hilvanando perfectamente para describir la vida de un personaje que siente el peso de nuestra era, y que intentando escapar de su sino, se encuentra con las vueltas precisas para acabar dentro, una y otra vez, del agujero existencial y sin sentido que ofrece esta vida a tantos seres humanos, que no tienen bastante con la comodidad material, y que necesitan de una ilusión que les llene.

Y es en esa búsqueda (aquí escapar de su sello de peluquero, aquí su relación con la chica y la música), donde toca a menudo descubrir cuán microbios somos. El hecho de que se nos muestre la «Desilusión» tan a las claras, por cierto, no es que me resulte reconfortante, pero sí que alimenta ciertas celdas estéticas de mi alma, que me hace esbozar esa sonrisa crispada de la que tanto me precio, pues me da la comprehensión del juego del que como todos, tomo parte.

Como acostumbro, es difícil asociar mis líneas a la película, o al menos, hacerlo antes de verla, y es que no se trata de una sinopsis, sino de sacar la emoción que el cine me llega a provocar.

The Artist

Por fin vencí la pereza para ver «The Artist», la más de hora y media de mudez me costaban a pesar de que en pretéritos años haya podido con mudas y clásicos de mayor peso, y suponía que mayor tedio. No quiero juzgar un pasado que recuerdo con una sonrisa por lo que aprendí, y por la disciplina que mostré, vengo a dar apenas dos notas de lo visto: fantástica, literaria.
Habrá un millón de críticas sobre «The artist», y algunas más, mejores que las mías, si las he leído no las recuerdo y por eso escribo esto ahora, porque me apetece decir que me resulta fabulosa en su entramado narrativo y simbólico, en su capacidad para imaginar elementos mudos que cuenten magistralmente una historia, que pasando por diversos géneros, romanticón, comedia, drama, musical, te pega a la pantalla con mayor eficacia que la mayor parte de diálogos de la mayor parte de películas que he visto. 

Un apunte más, la película tiene un final sobrecogedor porque reúne eficacia, verosimilitud, e historia. Solo apunto sin destripar para quien no lo haya visto y quiera hacerlo: la capacidad para reinventarse y reinventar resulta mágica, catárquica, feliz.

Network. Un mundo implacable (1976)

Esta película del gran Sidney Lumet es de 1976 y desde entonces poco, o más bien nada, ha cambiado. Resulta pasmoso contemplar su brutal actualidad, la brillantez de su planteamiento, sus sobresalientes diálogos, y su crudo final. 
Increíble resultan los paralelismos entre la crisis económica y de valores que la película describe, y la nuestra, fascinante el modo de retratar las entrañas televisivas que tan poco han cambiado, y sobrecogedor el cruce de los dos visionarios que describe perfectamente los hilos corporativos que dominaban el mundo ya entonces, cuanto más ahora. 
Me ahorro un último adjetivo para añadir simplemente, que las interpretaciones son magistrales. 

Synecdoche

Todo lo que escriba me parecerá insuficiente, así que seré breve. Lo que Charlie Kaufman logra en esta película es un recorrido por el todo. Tal vez nunca antes asistiera en tan sólo dos horas a tal alarde de intensidad, caos, incertidumbre, y resoluciones. 
Cuatro veces he intentado este párrafo, cuatro he fracasado, pues lo que escribo me parece que tiene relación con la película, pero que al mismo tiempo se escapa al núcleo, y es que tal vez eso sea Synecdoque, una esfera sin centro, sin corazón, sin lugar predominante. O tal vez desbarro, pues es eso y mucho más, es un universo en el que me pierdo, es un fluir de conciencia de la cabeza de ese genio de guionista, aquí director, que cobra sentido, o tal vez, hasta un doloroso exceso de sentido, fundiendo y superponiendo cine, teatro, realidad, ficción, sueño. 
Dejo de desvariar diciendo a aquel que se atreva a a ver la película tras leer estas líneas que no me declaro culpable del resultado, con seguridad tan distinto del mío, como lo es una vida de otra, o más allá, como son las casi infinitas posibilidades que una misma vida presenta aunque luego se construya sobre unas pocas decisiones. Quizá algo de esto quiso decir Kaufman, quizá no. En cualquier caso, yo si sé que quiero decirle gracias.

El séptimo sello

«El séptimo sello» 1957.
Los derroteros del tiempo han querido que cayera en las manos de Ingmar Bergman y en un ciclo de su cine, pero el recuerdo me ha dicho que antes de empezar, volviera a visualizar la única película suya que había visto. Por suerte mi recuerdo no se equivocaba y volver a ver «El séptimo sello» ha sido todo un espectáculo, una elevación del alma que casi se me escapa de donde esté para poder contemplarla por primera vez en mi vida, y encontrar el sentido que afanosamente busca el caballero Antonio Block. Por supuesto no lo alcancé, pero debo decir que entre éste y Juan el escudero, llevan a la película a cotas difícilmente imaginables hoy, al menos para mí, pues se presentan todas aquellas cuestiones que me atenazan; el sentido, la muerte, la nada… y la risa.
Porque lo que provoca esta entrada es el sorprendente humor, y es que en la escena donde el juglar simula su suicidio para escapar del tonto herrero, veo nada más y nada menos que buena parte del cine cómico de Woody Allen, con esos juegos a la metarrealidad, con esa comicidad que hace dar protagonismo al espectador, y que desde luego no esperaba. Se podría decir que para mí fue la guinda de un pastel que gracias a mi frágil recuerdo volví a disfrutar, tal vez, más incluso que la primera vez. Seré más maduro que entonces, o la muerte me habrá aventajado en demasiados movimientos de la partida de ajedrez que es la vida, y estaré más cerca de la guadaña de lo que quisiera. Espero que antes de que acabe, encuentre lo que Block, la oportunidad de redimirme. Aunque bien pensado, prefiero el valor sin complejos y desafiante del escudero Juan:
«Sécate las lágrimas y mira el fin con serenidad. Hubieras gozado más de la vida despreocupándote de la eternidad, pero es demasiado tarde. En este último instante goza al menos del prodigio de vivir en la verdad tangible antes de caer en la nada». 

Leolo

«Leolo» 1992 Jean Claude Lauzon

Quizá, y el conceder la duda es un reconocimiento a las muchas películas que he visto desde entonces, «Eolo» es la película que más me ha removido por dentro desde, «Hacia rutas salvajes».

No haré demasiada crítica porque como me dijo una vieja amiga hace un tiempo, «mejor dedícate a otra cosa», pero si está en vuestras manos, vedla. No creo que os arrepintáis, y si lo hacéis, no me volváis a hablar. Quizá exagero, pero como mucho habladme bajito, y al terminar, dejadme hincarme de hinojos ante Leolo, «porque sueño, no lo soy».

El laberinto del fauno

Por fin saldé una deuda hace mucho tiempo contraída, supongo que en ella se entrelazan de modo tragicómico mis desventuras por Berlín y sus múltiples posibilidades para verla entonces, pero la vida y sus sorpresas como bien sé caen de cualquier manera y en cualquier momento.

Digamos ya nuestra crítica tras el enredo inicial: soberbia, si acaso le sobre un punto de sadismo -¿seré un blando después de todo?-, y es fantástica en todo lo demás.

Orlando

Es verdad que sólo son las 23:30 de un sábado, y del mismo modo lo es que mañana tienes que levantarte a currar, pero tira a la cama no por el trabajo, sino porque después de la combinación perfecta y casual de cervezas, pipas y «Orlando», no hay nada mejor que puedas hacer en lo que queda de día, ni de noche. Arrea.

Tremenda Virginia Wolf, y tremenda película. El libro queda pendiente, lo estaba ya, pero si ésta es la adaptación, me imagino, y eso lo disfruto ya con ello, cuánto gozaré con el «original».
I´m coming.