Con el tiempo uno va pasando por tantas escuelas de la vida que a veces hasta se pierde la cuenta y la perspectiva. Sin embargo hay regustos que uno no pierde nunca, como la apelación al estoicismo para los malos momentos, o como esa certeza esquiva que a veces se roza con la punta de los dedos, y que apunta a un crudo nihilismo que en cambio vislumbro con actitud positiva.
Y es que por más que considere que casi nada vale nada, ese «casi» me resulta más que suficiente la mayor parte del tiempo. E incluso, para los momentos de desazón total, para esos instantes donde el peso de la existencia cae a plomo y grita que todo vale nada, incluso entonces, ese caer, esa furia de sinsentido, ya resulta ser algo.